lunes, 30 de julio de 2007

El Faro -- Capítulo 2

Esta es la continuación de la serie El Faro, la cual abrió el blog en su comienzo con el primer capítulo. La serie constará de unos 20 capítulos (más o menos) que intentaremos ir subiendo con la mayor rapidez posible. En el lateral encontraréis a partir de ahora enlaces directos a las capítulos para mayor facilidad.
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01:40 A.M.
3 de febrero de 2011
Treinta minutos antes


Una luna rota en cuarto menguante se dejó entrever por un resquicio del cúmulo de nubes. La lluvia repiqueteaba con fuerza en el agua. Además, el mar todavía se revolvía por dentro, siendo cubierto por olas gigantes allá adonde alcanzara la vista. Sobre ellas, avanzando de manera irregular, un puntito de luz subía y bajaba. Se trataba de un barco de dimensiones medianas con capacidad para unas diez personas. Al menos la mitad de la tripulación estaba activa y en alerta a causa de la tormenta, y la otra mitad estaba despierta en sus camarotes. Habían pasado por situaciones peores, pero eso no les daba la tranquilidad suficiente como para conciliar el sueño.

Dos de los tripulantes se situaban en la proa del barco, asegurándose de que el foco no se cayera. La espuma salpicaba sus rostros desaliñados, dejando rastros de sal en sus barbas. Ambos miraron aliviados hacia delante; un haz luminoso les alumbró un instante antes de continuar su rumbo giratorio a ras del mar. Era lo único que se divisaba, pues una neblina ocultaba la vista hasta tierra. Por fin, la costa, después de tanto... iban a llegar a su destino. De pronto el barco se inclinó ligeramente, provocando un sobresalto a la tripulación. La ola que los mecía esta vez les transportaba a lo alto de lo que parecía una montaña rusa. Siempre daba la sensación de que el barco iba a volcar; aunque nunca ocurría. Esta vez, tampoco ocurrió; pero cuando volvieron a la cresta de la ola, los dos de proa vieron algo que les provocó un temblor en su estómago: la nada. Ninguna luz en el horizonte, como si el mar se hubiera tragado la costa entera junto con el faro.

—¡Eh! ¡Ha tenido que pasar algo! —gritó por fin uno de ellos, dirigiéndose a los tres que estaba en la cabina junto a los mandos del barco.
Alguien desde dentro le hizo una señal para que se acercara.
—Jefe, el faro... ha parado de alumbrar – explico cuando llegó a la puerta.
En el interior se encontraban tres hombres; el capitán junto al timón, un joven pelirrojo que observaba una roída carta marina y un hombre de piel negra.
—Lo sé —dijo con semblante serio el que parecía el capitán del barco. Era un hombre corpulento, de unos cincuenta y cinco años, con el pelo largo y de color gris, que trataba de camuflar una calva—. Joan, intenta contactar por radio, voy a proa a ver si distingo algo.
Asegurando sus pasos sobre la deslizante cubierta, el capitán llegó a proa, donde esperaba el segundo tripulante. Mantuvo los ojos entrecerrados a través de la oscuridad, hasta que habló con una voz grave y cascada.
—Distingo algo allí delante, pero no consigo verlo bien.
—Pues yo no veo nada, jefe. – dijo el vigía mirando a la nada.
—Quedaos aquí los dos —ordenó—, y volved a asegurar el foco.
Entró de nuevo en la cabina de mandos, donde seguían los dos marinos que dejó un minuto antes. Uno de ellos, Joan, intentaba establecer comunicación; mientras que el pelirrojo manejaba el barco.
—¿No has podido contactar por radio, Joan? – preguntó el jefe.
—No. Interferencias y alguien hablando como muy lejos – explicó.
—¿Y si han tenido un apagón? —preguntó el otro marinero, conocido como Cabrón por todos.
—No tiene nada que ver, los faros tienen un sistema con batería de emergencia —dijo el capitán sereno.
—¿No deberíamos parar los motores? —sugirió Cabrón.
Un silencio incómodo de pocos segundos siguió a la pregunta, hasta que el capitán recuperó el habla.
—No es seguro sin el ancla. Cabrón, ve a llamar a Simón, y al estudiante también —pidió el jefe con unas gruesas gotas de sudor recorriéndole la cara.
—¿Al estudiante? Pero...
El capitán le lanzó una mirada severa. No lo tuvo que volver a decir cuando ya Cabrón había desaparecido por la puerta que nunca se terminaba de cerrar.
—¿Cómo puede ser tan estúpido? —murmuró para sí mismo.
—Jefe, ¿por qué tienes que consultarle todo a él? Esto es una situación demasiado...
El capitán no respondió a la intervención de Joan, simplemente se limitó a bajar la potencia del motor. Después se dio la vuelta y, dirigiéndose hacia una pequeña estantería, cogió una llave; parándose durante un sosegado segundo, levantó una mano temblorosa para secarse el sudor de la frente y murmuró: “Nunca me habían hecho falta, pero en fin...”. Sacó una pesada caja de hierro y la colocó en un hueco libre de la mesa. Para ello apartó los viejos documentos que había estado mirando Cabrón, sin interesarse por su contenido. En ese instante, la radio chisporroteó como si alguien hubiese cogido el aparato de escucha al otro lado. El capitán se abalanzó hacia la radio de un brinco.
—¿Qué ha dicho? —preguntó el capitán.
—Y yo qué sé...

Wergyd dufgefj... ffghggg... piiiiiii¡ . La radio enloqueció de nuevo. Joan cogió el micrófono.

—¡Enciendan el Faro! ¡Si no encienden el Faro chocaremos! Por favor, ¿nos oye alguien? ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¡El mapa nos muestra un faro por aquí, pero no lo vemos, la tormenta es muy fuerte! Solo vemos algunas luces del pueblo, por favor, ¿puede oírnos alguien? Somos el CATAMARÁN III, estamos bajo licencia, señor…
—¡Dale un golpe! —gritó exasperado el capitán.
Pero no hizo falta, hubo un momento de silencio total, la radio chisporroteó de nuevo y se oyó de repente un sonido limpio y conciso de una voz bastante serena.
—Perdón por la espera...
—¿Qué ha pasado allí? – vociferó el capitán, como si hablara con alguien muy lejano.
—¿Aquí? —la voz parecía sorprendida.
—Sí, el faro... está apagado.
—Ah..., sí, lo he apagado yo.
—¿Qué? ¿Por qué ha hecho eso? —el jefe no entendía nada.
—¿Señor? ¿Ha hablado? ¿Puede repetir lo que ha dicho? —Joan se apropió de nuevo de la radio.
—No encenderé el faro —la voz era fría.
Un silencio realmente penetrante se hizo acopio de la sala. El fuerte balanceo del barco hacía notar los crujidos de la estructura. Las dos caras desencajadas por el terror se miraron y, un segundo después, apreciaron la silueta que acababa de aparecer en la puerta. Era Simón.
—¿Cómo que no va a encender el faro? ¿A qué está jugando, señor? —dijo Joan a punto de perder los nervios.
—¿Alguna vez han visto un barco yéndose a pique? – la voz soltó una medio risa tós.
—Señor, juega usted con nuestras vidas. Esto es serio —dijo el recién llegado, Simón, esta vez.
—Y tanto. Muy probablemente estén nadando en la fría agua en menos de media hora mientras ese bonito barquito pesquero en el que se encuentran se reúne con el fondo del mar.

De nuevo, el silencio.

Simón se miró la mano y vio que le temblaba, lo vieron todos, pero nadie se burló de su enfermedad. No en ese momento. Simón sufría de parkinson desde hacía poco y en los momentos en los que estaba muy nervioso le aparecía más fuerte. Aunque eso era algo que no ocurría a menudo, pues Simón era conocido por su capacidad de decisión incluso en momentos difíciles. Con más de cuarenta años era un hombre frío y que se mantenía sereno hasta el instante antes de apretar el gatillo.
La voz de la radio respiraba tranquilamente.
—¿Siguen ahí? Mis queridos oyentes, no me dejen en suspenso tanto tiempo pues me desconcierto... ja ja ja. – la voz rió apartándose de la radio.
—¡Por favor! —gritó Joan— ¡La tormenta irá a más y no podremos controlar el barco, chocaremos! ¡Encienda de una maldita vez el jodido foco! ¿Oiga? ¿Está usted loco? ¿Hola? ¡No consigo contactar con nadie más!
La comunicación parecía haberse cortado definitivamente. El capitán respiró profundamente y se volvió hacia Simón.
—Quería consultártelo... Debemos cambiar de rumbo.
—No sé si es una buena idea... – dijo Simón
—¿Por qué? – el capitán estaba realmente exaltado.
—Sabías que tenías que consultármelo, así que sabes el motivo por el que quiero seguir adelante. Además... llegamos tarde.
—Mira, Simón, yo tengo mis prioridades y además, soy el que dirijo el barco.
—No voy a volver a repetirlo.
Simón se llevó la mano al bolsillo de su chaqueta. Por un momento, el ambiente frío se cargó de tensión. Joan se mantuvo en silencio, aunque alerta.
—De acuerdo —dijo por fin el capitán, tras unos segundos interminables.
—Bien hecho.
—Pero permíteme, al menos, esquivar esas rocas.

Dicho esto, se volvió hacia la caja de metal y la abrió con las llaves que había cogido momentos antes. En ella había lo que parecían cartas de navegación, mapas, apuntes muy viejos manchados de café y diversos utensilios de medida. Lo dispuso todo como pudo por la pequeña mesa y sacó una vieja brújula del bolsillo del chubasquero.

—Espero que no tarde el estudiante mucho más —dijo el capitán.
—¿El estudiante? —preguntó Simón, expresando su furia al apretarle con fuerza el brazo, y en un susurro al oído, le dijo:— Ya te comenté que no me fío de él...
—¿Qué ocurre? —un chico joven entró por la puerta e intentó hacerse un lado en el poco espacio que había. Detrás suya le seguía Cabrón.
—Ya era hora, chaval —comentó el capitán con prisa—; no hay tiempo de explicarte, necesito que me ayudes a dirigir el barco por entre la niebla antes de chocar con el acantilado, usando esto —a lo que señaló los instrumentos que acababa de colocar desordenadamente.
El estudiante, hábil y práctico, colocó la brújula sobre el mapa, y garrapateó unos número en el margen.
—Señor, suponiendo que no haya cambiado usted el rumbo, no hay peligro —explicó.
—Entonces no hay de que preocuparse —suspiró aliviado—, ¿por dónde quedan las rocas?
—Ya debemos de haberlas dejado por babor, a unos cincuenta metros.
En aquel instante, la radio empezó a chisporrotear y oyeron claramente como reía aquella voz. El capitán se abalanzó sobre el aparato de habla con furia.
—¡Que sepas que te vamos a meter un paquete maldito ...!
Pero la voz resonó de nuevo de forma tan escalofriante que el capitán se calló súbitamente.
—Las aguas me obedecerán y me traerán las almas cautivas, para que yo las libere.
El estudiante miró a Simón con el entrecejo fruncido; éste último, inexpresivo, mantenía la mirada inmóvil hacia el aparato de radio.
—Lo único que sé es que voy a llamar a la policía —dijo el capitán titubeando, asustado por lo que acababa de oír.
—Ah, ¿sí? —contestó entre carcajadas—, ¿vosotros?, ¡dejadme reírme un poco!
—¿Qué es eso? —chilló Joan— ¡Oh, dios mío! ¡Son piedras!

De pronto, el barco dio un golpe estruendoso. Los hombres salieron disparados contra las paredes, aplastándose la cara. La nave volcó sobre un costado, haciendo que el agua entrara a presión. Sobrevino un segundo golpe, más fuerte que el anterior. Habían chocado con una roca enorme al pie del acantilado; el terrible crujido que siguió, indicó que la proa del barco se había roto en dos con el impacto. Simón, enturbiado por el dolor y la sangre, levantó el rostro y pudo ver claramente, durante un segundo, la enorme y siniestra estructura del faro, que parecía tener brazos con los que apartar la niebla de su alrededor. Al bajar la vista, a través de la puerta entreabierta, la vio: una niña de unos ocho años con un traje azul oscuro. El pesquero, comenzó a girar, medio hundido, estrellándose a cada tumbo con la pared rocosa. El depósito de gasolina se prendió rápidamente. Cincuenta metros arriba, un hombre gorjeaba de risa y placer mientras escuchaba la explosión que se distinguía por encima del rumor de las olas.



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8 comentarios:

Anónimo dijo...

Es cosa mia, ¿o has cambiado algo?

Anónimo dijo...

Ya estais escribiendo la tercera parte, jaJAjaJa. Y espero que se descubran mas cositas que en esta parte.

¡Besitos!

Anónimo dijo...

Si, es que este segundo capitulo forma pareja con el primero en la presentación del suceso inicial y a la vez desembocante de la historia.

Sí, suena pedante e incongruhente (¿se escribe así?), pero tiene sentido.

Anónimo dijo...

NO SE ESCRIBE ASÍ, ES INCONGRUENTE

Anónimo dijo...

A ver si ahora puedo publicar el comentario que quería publicar y no sólo ése.

Está chulo, pero decidme que no va a ser una locura con lo de las almas y que váis a meter magia y el mundo de los muertos y qué se yo qué más.

Anónimo dijo...

¿¿¿QUÉ???
Jajajajajaj, ¿¿qué estás hablando??

No, no, no, esta noche puede que suba el Capítulo 3.

Kenneth dijo...

jejej, muy bien laro, esa táctica de confundir a la gente me gusta... aunque realmente, jaberwocky... en esta historia puede ocurrir hasta lo más inesperado.

Jaberwocky dijo...

no, no, no lo hagáis. Por cierto, thejaberwockysback.blogspot.com