sábado, 18 de agosto de 2007

"La Piedra Oelortep" de S.S.M.

Las Golondrinas volaban a su antojo por los cielos de la Tierra. Quienes escuchaban su canto solían dejar el trabajo un momento, se ponían en pie y les contestaban en su lengua. Les respondían, contándoles las nuevas noticias de cada lugar, les deseaban buena suerte en su vuelo y también les pedían que les trajeran más ventura en sus ya felices vidas. Luego volvían al arado, a las cosechas, los más sabios a la escritura y meditación, los niños y niñas al juego o al estudio.

De esta forma, las aves surcaban cielos naranjas, el sol naciente acompañándoles; luego azul; al atardecer volvía al naranja e incluso al suave rosa, y más tarde, al anochecer, las Golondrinas recibían su merecido descanso del negro cielo.Amanecía, y las aves estaban a punto de divisar el Reino de Tutifruti, sin duda el lugar preferido de todas las criaturas de la Tierra. Allí todo era paz, justicia, felicidad y amor.

Sus campos y colinas eran verdes y fértiles; en su costa y acantilados se respiraba tranquilidad, con los grandes océanos brillantes y azules, que convertían al Reino en la isla más preciada por todos: Patislargos, Verdosos, Barbudos del Bosque de los Gnomos Felices, e incluso los resentidos Seres Escrutadores. Hasta esos sentían un profundo amor, mejor dicho, respeto, por aquel lugar.

Como era costumbre, las Golondrinas derramaron sus lágrimas sobre los habitantes de Tutifruti para avisarles de que llegaban y de que estaban contentas de verles. Volando en círculos sobre el Reino, entonaron su más precioso canto, y los niños corrieron a recibirlas.

El Rey fue avisado de que los visitantes acababan de llegar, y presto se dirigió hacia ellos con reverencias y halagos. El Rey Peta era el hombre más sabio que se había conocido por aquellas tierras. Ya era rey cuando los más ancianos llegaron a Tutifruti, e incluso antes. Era un hombre altivo que gobernaba con justicia pero con clemencia, sabiendo recompensar a sus amigos y, por ello, nunca llegaba a tener enemigos. Lo cierto es que nadie sabía de qué extraña esencia se alimentaba el Rey Peta para ser tan bueno y justo.

Cuando las Golondrinas se marcharon, todos se dirigieron de nuevo al trabajo, tarareando la pegadiza melodía que estas habían traído consigo. Todos menos el Rey, cuyo cometido no era trabajar, sino gobernar desde su trono, velando por la felicidad de sus Hermanos, los habitantes de Tutifruti. Pero ese día el Rey Peta tenía una sombra en su pensamiento, y solo su más leal vasallo fue capaz de adivinar que algo le ocurría.
—Señor, os ocurre algo. Ya sabéis que podéis contármelo sin miedo­ —dijo Rign, el leal vasallo.
Lo cierto es que Rign sabía de primera mano que el Rey no temía a nadie ni a nada. Simplemente sufría si veía amenazado su pueblo. Y esta podía ser una de esas ocasiones….
—Tranquilo, mi leal Rign, tranquilo. No es nada que no esté al alcance de mi mano. Verás, las Golondrinas me han traído noticias. Alto secreto. —Rign asintió con la cabeza.
Sabía cuándo no debía entrometerse, y se dirigió de nuevo al trabajo.

La noche era apacible y tranquila, y Rign dormía plácidamente, evocando en sus sueños las aventuras y batallas que había corrido con su gran amigo el Rey.
—¡Rign, despierta, rápido! —vociferó uno de sus sirvientes.
—¿Qué ocurre? —respondió este, cansado.
—¡Han atacado al Rey!¡Necesita tu ayuda! —el sirviente se mostraba extremadamente agitado.

Veloz como un rayo, Rign se dirigió hacia los aposentos del Rey. Este yacía en su cama, con el vientre fuertemente apretado con ambas manos, y el rostro empapado en sudor. Tenía un pequeño corte en la ceja, resultado sin duda de una lucha cuerpo a cuerpo. Cinco escoltas hacían guardia, y el médico del Reino invocaba a los Espíritus. Nadie había visto al Rey en un estado tan lamentable. Jamás.
—¡Basta! —vociferó este con la voz entrecortada por el dolor.
—Marchaos, por favor. Dejadme solo con Rign.Obedientes, el médico y los escoltas salieron de los aposentos.
—Señor, ¿qué os ha ocurrido? ¿Quién ha osado atacaros? —“y cómo demonios lo habrá conseguido”,pensó, pero no dijo nada.
—Tengo que contarte algo de vital importancia, mi querido Rign. Ven, siéntate. —dijo con una mueca de dolor. —Jolki el Terrible ha vuelto, Rign. —hizo una pausa sepulcral.

Rign se sobresaltó, poniéndose en pie de un salto.

—¡Pero eso no es posible! Si ya lo hemos matado en quince ocasiones, y la última vez lo cortamos en trocitos tan pequeños que cada Buitre de las Montañas se tragó uno; además, después matamos a los Buitres, quemamos sus cadáveres y las Hadas del Valle de Goldtintel se llevaron las cenizas al País de Nunca Regresar. Con el objetivo de que nunca pudiera regresar —matizó.
—Mi joven e impaciente amigo —el Rey tosió un poco, manchándose la barba, y dijo con voz solemne: —El Cielo no espera a los que no saben esperar, mas los que sí saben tienen asegurado su lugar en el Fuego del Castigo eterno, por intentar esperar lo inesperable de ellos.

Aunque Rign no entendió una palabra, asintió solemnemente con la cabeza y se dijo que el Rey era el hombre más sabio sobre la faz de la Tierra. Pero tenía unas ganas terribles de pillar al que le había atacado.
—¿Sabes por qué murieron tus padres, querido Rign? —dijo este.
—¿Mis padres están muertos? No lo sabía, en serio.
—Murieron cuando tu tenías dos años. Jolki el Terrible irrumpió en tu casa. Como sabes, este tan solo se alimenta de Maldad, y cada vez que mata, roba o crea una desgracia se hace mucho más poderoso —tosió, esta vez más fuerte, y Rign pensó que estaba en las últimas. Su vientre subía y bajaba sin parar, y tenía toda la pinta de que su herida era profunda. —Como decía, Jolki mató a tus padres usando el Fuego Terrible, una llamarada azul con forma de perro que sale de su boca. Tú lograste escapar, pero no lo hiciste solo. Te llevaste el alma inmortal de Jolki.
—Oh, Dios mío.
—En efecto. Tú eres el último del linaje de los Seres de Raza Pura Que Reinarán Sobre La Tierra Cuando Nadie Más Quede Para Hacerlo. Y por eso fuiste capaz de quitarle su alma.
—¿Qué significa eso? —preguntó Rign, incrédulo.
—Significa que tú deberás reinar sobre la Tierra cuando nadie más quede para hacerlo.
—¡Oh, Dios mío! —no podía creer lo que oía. —La noche que quemamos a los Buitres que devoraron los restos de Jolki, no contamos la desaparición de uno. Alguien robó uno de esos buitres para alimentarse de él. Así fue como Jolki el Terrible consiguió reaparecer y robarle el alma al ladrón. Y también consiguió engatusarle para que me atacara esta noche.
—Oh, Dios mío. ¿Quién es? ¿Quién os ha atacado? —Rign estaba furioso.
—Lo conoces muy bien. Es un hombre de este Reino. —El Rey suspiró —Es tu hermano, Rign.
—Dios mío. Dios mío. —Rign se tambaleó y volvió a sentarse. —Mi hermano robó el buitre, os atacó a vos, y ahora está…
—Tuve que defenderme, mi querido y leal Rign. Le di una muerte digna. Tu hermano se arrepintió en su lecho de muerte, y lo confesó todo. Las Golondrinas me avisaron de que alguien iba a atacarme, pero no imaginé la magnitud del problema, ni tampoco que yo pudiera resultar herido de gravedad.-Se hizo el silencio de nuevo.

El Rey respiraba más tranquilamente, y Rign intentaba digerir todo lo que estaba escuchando.

—Con tu hermano muerto, tú eres el último del linaje de los Seres de Raza Pura Que Reinarán Sobre La Tierra Cuando Nadie Más Quede Para Hacerlo. Y al poseer el alma de Jolki el Terrible, también eres el único capaz de derrotarlo. Veras… Jolki ha conseguido engatusar a los Seres Escrutadores, y también…también a los Espíritus. Esa es la razón por la que el médico no consigue invocarlos. Y por ello no puedo recuperarme de mis heridas.
—¿Qué debo hacer, Rey Peta? —El rostro de Rign estaba empapado en lágrimas, sumido en una profunda conmoción.El Rey volvió a suspirar, esta vez con una pesadumbre aún mayor.
—Es bien sabido por los habitantes de Tutifruti que Jolki el Terrible anhela atacarnos en persona. Aquí reside tanta felicidad que su ataque sería desastroso, devastador…. Conseguiría realizar tanta Maldad que Jolki se haría increíblemente poderoso, el mundo se rendiría a sus pies, se acabaría el Bien y comenzaría el Reinado del Mal. ¿Te lo imaginas, mi querido y leal Rign? Todo sería dolor y fuego….
—Lo sé. Haré lo que me pidáis. Todo por vengar la muerte de mis padres y mi hermanito. —la furia empezaba a aflorar en su corazón. —Mataré al causante de mis desgracias.
—Se te olvida lo de los testículos. Portar el alma inmortal de Jolki fue lo que hizo que te aflorara un segundo testículo, en vez de tener uno como la gente normal.
Rign estaba ahora apretado por la rabia y la ira. Sus facciones habían cambiado de color. Tembloroso, se puso solemnemente en pie, alzó el puño hacia el cielo y proclamó:
—Juro por lo más sagrado que retaré a Jolki el Terrible, lo ensartaré en mi espada y luego le arrancaré El Testículo, para que mis Hermanos de Tutifruti puedan comprobar que nadie volverá a amenazarlos jamás.

Repitiendo estas palabras en su mente, Rign había partido del Reino de Tutifruti sin más demora. El Rey le había explicado dónde podría encontrar a su enemigo: En el Valle VerdeAmarillento. Solo de pensarlo se le ponía la piel de gallina. Tendría que sortear innumerables peligros, luchar contra los terribles Seres Escrutadores que custodiaban los desiertos páramos que hallaría en el camino, burlar a los Espíritus que ahora se cernían sobre el Bien, y, finalmente, acabar con Jolki el Terrible, el peor enemigo de su compañero el Rey Peta.
Había jurado venganza, y ahora debía cumplir con su palabra de caballero del Rey.

Rign nunca se había planteado que los demás tuvieran un solo testículo y él tuviera dos. ¿Cómo sabría eso el Rey? Qué hombre más sabio…
Rign sabía que tendría que matar a gente. Le había estado dando vueltas en su cabeza, de modo que antes de marcharse había hablado con un cura de la Corte real. Este había organizado una pequeña ceremonia. Había sacado un ejemplar del libro “Los Valores Cristianos en la Edad Media“, ejemplar que todos los habitantes de Tutifruti poseían, a pesar de que nadie sabía ya nada sobre la lejana Edad Media, y donde estaban escritos los verdaderos preceptos del Bien y del Mal. El cura real, tras subrayar algunos párrafos del libro y tachar otros, había concluido que, en su viaje, Rign podría atravesar con su espada a todo aquel que le viniera en gana si se interponía en su camino. No debía preocuparse, ya que sus acciones estarían dentro de la jurisdicción del Bien.

Así caminaba el leal y valiente Rign, salvador del Mundo Entero, con la brillante espada al cinto, blandiéndola de vez en cuando para cortar en dos a alguna vendedora que le atosigaba demasiado. Con su familia en el corazón, el Rey en su cabeza y Jolki el Terrible en sus testículos.
Como le dolían las piernas de tanto caminar, decidió parar para pasar la noche cerca de una colina, bajo la protección de dos enormes árboles. Abrió su bolsa para ver lo que podía cenar, pero como no era gran cosa decidió reservarla para el día siguiente.Estaba conciliando el sueño, cuando el crujido de una rama lo sobresaltó.
Se incorporó un poco y pudo divisar una sombra que se movía hacia él, subiendo por la pendiente. Cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad, comprobó que eran al menos cinco los que se acercaban. Y no lo hacían juntos, sino que lo estaban rodeando para tenderle una trampa. El fuego de la venganza rugió en su corazón.

—¡Venid, malditos esbirros de Jolki, venid a por mí! —les gritó.

Atravesó al primero de una estocada. El agudo grito que profirió aquel ente maligno confirmó a Rign en sus sospechas: en efecto, eran Seres Escrutadores al servicio del enemigo.Su escudo paró las embestidas de otro. Rign aprovechó la momentánea retirada de su atacante para clavarle la espada en el vientre. Estaban siendo vencidos tan rápido, que los tres seres que quedaban decidieron darse a la huída. Rign no estaba dispuesto a permitirlo. Corrió tras ellos con su espada fuertemente agarrada con ambas manos, pero se le estaban escapando. En un último esfuerzo, la lanzó por el aire, y esta cortó la pierna de uno de los atacantes mientras los otros dos huían. Rign reía ahora de satisfacción.

Los dos habían escapado, pero ya los encontraría para darles su merecido. El Ser Escrutador gritaba en el suelo, con su pierna a unos cuatro metros de él, mientras un charco de sangre verdosa se hacía más y más grande bajo el muñón.
—Déjame vivir, por favor…
—¿Por qué habría de hacerlo, vil traidor? Vuestra asquerosa raza se ha vendido al tirano de Jolki.
—Jolki es el mejor amigo que tenemos, él nos lo ha dado todo… —su voz era un llanto de dolor.
—¿Amigo dices? —eso si que no se lo esperaba —¿Amigo? Él mató a mis padres y a mi hermano. Y atacó al Rey de Tutifruti.
—Porque el Rey de Tutifruti le atacó a él antes. Quince veces.
—Evidentemente, el Rey no iba a permitir la proliferación del Mal. Nos estaba haciendo un favor a todos, pero ahora vosotros os habéis pasado a los oscuros brazos de Jolki el Terrible.
—¿El Terrible? Nosotros le llamamos Jolki el Bueno.
—¡Ja! —rió Rign con amargura —Es muy sencillo: El Rey Peta es Bueno y Jolki es Malo. Repítelo o te atravieso ahora mismo.
—Lo harás igualmente.
—¡Idiota! ¿No ves lo dichosos que son los habitantes de TutiFruti? Allí todos trabajan felizmente sin descanso, se ganan su pan y el de sus familias; todos reciben en armonía a las Golondrinas que traen las nuevas noticias de nuestra Tierra; nuestros mineros nos enriquecen cada día con las piedras preciosas que encuentran; las muchachas adolescentes están contentas de que se les busque maridos más mayores y sabios que ellas, y las recién casadas tienen el privilegio de pasar una noche con el Rey…
—¡El Rey es un asqueroso viejo senil! —fue lo último que dijo el desgraciado, porque Rign blandió la espada contra su cabeza al oír tal insulto.

Tras recorrer largos caminos, pasar solitarias noches y superar increíbles peligros, Rign llegó al Valle VerdeAmarillento. Todos allí eran Seres Escrutadores, y Rign se alegró de que ninguno le reconociera. Podría pasar desapercibido hasta llegar al enemigo. Todos esos habitantes de una tierra gobernada por el Mal eran tan solo ignorantes, radicales que añoraban un salvador que aliviase sus penas. Observó que todos ellos eran muy pobres, y extremadamente religiosos.“Si por lo menos rezaran al Dios de verdad, y no a un patán que no existe, a lo mejor no serían tan pobres”, pensó Rign.

Decidió no sentir más compasión por ellos, pues eran amigos de Jolki, y siguió su camino entre la muchedumbre de VerdeAmarillento.Dos días estuvo buscando a Jolki el Terrible. Dos días durante los cuales escuchó verdaderos insultos a la persona del Rey Peta y a todo su reino. Ningún habitante del Valle simpatizaba de forma alguna con su forma de gobernar, y se sentían constantemente atacados por él. Entonces había llegado Jolki, resurgido de entre sus cenizas, y les había hablado. Rign sentía verdadero asco cuando tenía que escuchar de algún emocionado Ser Escrutador esa parte de la historia, pero nunca decía nada por miedo a que lo descubriesen. Jolki les había prometido riquezas, felicidad, dicha… Pero a cambio les había exigido lo que les llevaría a su perdición: la guerra contra el Rey Peta y el Reino de Tutifruti, contra la “maldad” de sus habitantes, contra todo aquello que aquellos poseían y estos no.
En definitiva, una guerra contra el Bien, alimentada por una ira que solo podía provenir de los oscuros corazones de unos indeseables. Todos ellos lo lamentarían.
Aquella noche, mientras Rign dormía, una Golondrina le visitó. Traía urgentes noticias del Rey: este estaba empeorando por momentos, y era muy posible que no sobreviviera más de una semana. Por ello, la Golondrina instó a Rign a que cumpliera su misión lo antes posible. Si el Rey moría y Jolki no, sería la perdición de la Tierra. Además, y por orden expresa del Rey, Rign debía quitarle el collar a Jolki cuando este hubiera muerto. Esto, le dijo la Golondrina, era especialmente importante para el Rey, ya que el colgante constaba de una piedra preciosa negra que tenía el poder de enriquecer a quien la llevase. La piedra se llamaba Oelortep. Todos sabían que las Hadas concedían una de estas piedras a cada uno de los reyes de la Tierra. El Rey Peta pretendía arrebatársela a su enemigo con el fin de mejorar aún más el Reino de Tutifruti.

El Rey, siempre pensando en los suyos. Qué gran corazón.

Cuando la Golondrina su hubo marchado, Rign se puso en marcha sin perder un instante. Preparó sus armas, rezó por el alma de sus padres y su hermano muerto y salió a la oscuridad de la noche, dispuesto para el ataque. Era tarde y había muy poca gente en el Valle. Un Ser Escrutador de unos quince años caminaba solo, dando tumbos y con una botella de absenta en la mano. Rign se puso en su camino, sacando la espada.
—Dime dónde vive Jolki el Terrible o te arrepentirás, maldito borracho.

El joven, ya debido al miedo o a la embriagadez, se lo había contado todo. Jolki se hallaba en la tercera cueva del Valle VerdeAmarillento, escondido y alerta ante cualquier posible ataque del Rey Peta, seguramente alimentándose de algún tipo de Maldad.Rign se preparó. Su corazón albergaba una gran ira contra aquel tirano. Con el grito que augura un desastre, entró en la cueva como un león enfurecido, espada en mano. De todas las veces que le había visto el rostro Jolki el Terrible, esta fue la más breve.

Rign salió de la cueva con su espada ensangrentada, la mano fuertemente apretada contra la herida de su hombro, y la piedra Oelortep colgada en el cinto. Todos le vieron, y también vieron la piedra. Pero cuando descubrieron el cadáver de su líder, Rign ya se hallaba a kilómetros de distancia, camino de Tutifruti, y se sentía tan triunfante que no cabía en sí de gozo.
Habían pasado dos semanas desde que Rign volviera a casa.
Para su gran sorpresa, el Rey no estaba ni siquiera convaleciente. A su llegada lo había sorprendido jugando con los niños de la Corte, riendo y bebiendo. Nada más ver la piedra, el Rey había dado gracias al cielo, y ni siquiera le había preguntado a Rign si Jolki estaba muerto. Era un poco extraño, pero era el hombre más sabio, inteligente y bondadoso de Tutifruti y Rign había decidido no pensar más en ello.

Los gritos de la muchedumbre le despertaron del profundo sueño en el que se hallaba plácidamente sumergido.
—Acabad con todos ellos. —escuchó decir al Rey.

Se incorporó, salió de su habitación y se subió a la torre del castillo amurallado que era la Corte real. Lo que divisó le dejó helado.Los habitantes de Tutifruti estaban siendo brutalmente masacrados por Seres Escrutadores. Rign reconoció alguna que otra cara. Eran los seres del Valle VerdeAmarillento. No le costó nada adivinar que habían llegado en sus barcos para recuperar su piedra Oelortep y vengar la muerte de Jolki. Estaban realmente enfadados. Con sus espadas y lanzas estaban ensartando a sus Hermanos y, llorando de rabia, los lanzaban por los aires o los despedazaban en el suelo. Pero no conseguían llegar a la Corte debido a las gruesas murallas, de modo que se contentaban con matar a todo el que podían.
—Acabad con todos ellos —volvió a decir el Rey Peta.

Los arqueros dispararon desde la torre. Las flechas cayeron sobre los que luchaban, una y otra vez.
Rign nunca había visto a tanta gente muerta.

S.S.M.

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