jueves, 14 de junio de 2007

El Faro -- Capítulo 1

Había dejado de llover, pero aún quedaba en el aire esa sensación de quietud que sigue a una fuerte tormenta y que, de alguna manera, intentaba avisar al farero de lo que se le venía encima...
El hombre andaba tranquilamente con su largo impermeable colgando, en una mano un cubo con sardinas frescas de esa misma tarde que le había dado su hermano y en la otra una linterna envuelta en una bolsa de plástico blanco encendida. Todo estaba muy oscuro por allí esa noche, bastante más que de costumbre, pero el farero pensó que se debía a que la tormenta había hecho saltar algunos fusibles. Solo eso.

Bajó por la larga y empinada calle principal del pueblo, con casas y tiendas en los dos lados, en dirección al puerto. No había mucha gente fuera de sus hogares, por lo que sus pesados zapatazos sobre la calzada de piedra resonaban por todas partes. El silencioso viento soplaba fuerte, haciendo girar como locas las veletas colocadas en lo alto de todas las casas. Llegó a la plaza y torció a su derecha, pasando junto a una fuente de mármol blanco que era una de las mayores reliquias de aquella zona. La fuente era circular, grande, y en su centro se alzaba un tocón de piedra real sobre el cual había la estatua de una joven de belleza absoluta, de suaves características praxitelianas que le daban un aire sensual a su postura, y que sostenía en sus manos una fina corona con piedras incrustadas que parecían diamantes. Por el borde de la fuente se distribuían varios pitorros que, día y noche, echaban finos chorros de agua a los pies descalzos de la joven de mármol. La mirada de ésta se perdía en el infinito mar que tenía enfrente y que, desde hacía muchos siglos, llevaba oteando. Enfrascado en sus pensamientos, dándole vueltas a la manera en que, esa misma noche, diría a Luke que se fuera a casa, que no lo quería más trabajando para él en el faro, Umberto, pues ese era su nombre, dejó caer el cubo de sardinas, que rodó por la acera y desparramó su contenido. El faro estaba apagado.

Corrió a pesar de su edad como no lo había hecho en mucho tiempo y bajó prácticamente de un salto la cuesta que llevaba a la playa. Allí, con más dificultad, se movió por la densa arena que comenzaba a compactarse tras la tormenta y terminó llegando a los gordos escalones que subían al faro. Abrió la enorme puerta de madera de un golpe y se asomó por el hueco de la escalera de caracol, que subía y subía hasta una altura de veinte pisos. Gritó varias veces el nombre de Luke con enfado y fuerza, esperando que, de un momento a otro, el joven asomara la cabeza desde arriba con cara de dormido y preguntara a qué se debía tanto alboroto. Pero no lo hizo.

Umberto entró en el piso de la planta baja, donde había pasado los años más triste y solitarios de su vida, pero tampoco vio al muchacho allí. Cogió el walkie-talkie de encima de la televisión y giró la ruedecilla para encenderlo, pulsó el botón de transferencia y comenzó a llamar a Luke a gritos, pero éste no respondió en ningún momento, y entonces decidió subir. Podía ser que Luke estuviera escuchando música y por eso no le oyera gritar. O que tuviera la puerta cerrada...

Escalón tras escalón, el cuerpo envejecido de Umberto comenzó a sentir un cansancio que le hacía arder el pecho y notar un fuerte dolor tanto en el estómago como en la nuca, por donde corría un sudor frío que le empapaba el cuerpo y le provocaba toda serie de picores por la espalda y las flacas piernas. Era tan peligroso que el faro estuviera apagado que Umberto no sabía si estaba asustado por lo que podía ocurrir si no lo encendía, por lo que podía haber ocurrido ya, por su salud o por que Luke no diera señales de vida. Tardó alrededor de veinte minutos en subir los veinte pisos haciendo un par de paradas en el camino para retomar el aliento. Su respiración era ahora un silbido que surgía de unos oscuros pulmones gastados por el paso del tiempo y la nicotina, que no había mejorado para nada su problema de asma. La vista comenzaba a nublársele y el pasillo en el que desembocaban los más de seiscientos escalones estaba oscuro como boca de lobo. La puerta del final estaba cerrada y del interior provenía una voz bastante alarmada. El corazón de Umberto se encogió al escuchar el tono de desesperación de la voz, que gritaba una y otra vez lo mismo. Era un mensaje grabado, un mensaje recibido por radio y este, de repente, se paró.

Umberto abrió la puerta girando el pomo con lentitud, escuchando como crujían los viejos goznes. Su cara estaba pálida como la de un muerto y el sudor le seguía cayendo desde las pobladas cejas blancas a los huesudos pómulos, quedando algunas gotas en sus pestañas, cosa que le habría molestado mucho al parpadear, pero Umberto había dejado de hacerlo, incluso había dejado de respirar por un momento. La habitación estaba vacía.
Desde el enorme cristal circular que formaba la pared frontal de la habitación de mandos del faro se veía todo el pueblo desembocando en el negro mar, con sus escasas luces encendidas, la estatua de la joven iluminada por una farola, las numerosas casas con las extrañas veletas brillando en la noche sobre los tejados, el puerto, justo debajo del faro, en donde algunas pequeñas barcas permanecían atadas, el espigón, con sus enormes bloques de piedra entre los que...

Umberto echó el aliento que llevaba guardando un rato cuando reaccionó y vio que frente a él se formaba una nube de vaho como consecuencia del cambio de temperatura. ¿Tanto frío hacía? Pegó su rostro al cristal para ver mejor lo que le había hecho detenerse y su corazón dio un vuelco. En el espigón, entre los enormes bloques de piedra, se encontraba encallada la proa de un barco pesquero en cuyo casco destrozado se leían las letras CATAM, que, mentalmente, Umberto completó como CATAMARÁN III, nombre del barco que llevaban esperando un par de días con las reservas del invierno. Rápidamente encendió la luz del faro accionando la palanca, que había permanecido en desconectado, y un fuerte fogonazo blanco pálido comenzó a girar sobre su cabeza en grandes circulos concéntricos, iluminando el mar en una gran distancia. Así, a ráfagas de luz, Umberto pudo ver otras partes del barco y varios bultos que flotaban cerca de las rocas. No quiso pensar que serían, pero era demasiado obvio, eran cadáveres, los tripulantes del barco que se había chocado contra el espigón por estar el faro apagado. Umberto permaneció un momento en silencio, pensando qué podía haber llevado a Luke a apagar el foco del faro, hasta que un chisporroteo surgió de la radio, luego, tras unos segundos de silencio, surgió la misma voz angustiada que escuchó desde detrás de la puerta, que decía:

-¡Enciendan el Faro! ¡Si no encienden el Faro chocaremos! Por favor, ¿nos oye alguien? ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? ¡El mapa nos muestra un faro por aquí, pero no lo vemos, la tormenta es muy fuerte! Solo vemos algunas luces del pueblo, por favor, ¿puede oírnos alguien? Somos el CATAMARÁN III, estamos bajo licencia, señor… – estática – ¿Señor? ¿Ha hablado? ¿Puede repetir lo que ha dicho? – más estática y ruido de golpes y algún que otro grito de desesperación – ¿Cómo que no va a encender el faro? ¿A qué está jugando, señor? – la voz estaba muy alterada, y Umberto comprendió que alguien les había hablado desde la torre, desde el mismo sitio en que él se encontraba en ese instante, y el único que había podido ser era Luke – ¡La tormenta irá a más y no podremos controlar el barco, chocaremos! ¡Encienda de una maldita vez el jodido foco! ¿Oiga? ¿Está usted loco? ¿Hola? ¡No consigo contactar con nadie más! – ahora la voz parecía hablarle a los que estaban junto a él – ¿Qué es eso? ¡Oh, dios mío! ¡Son piedras! – mucho ruido, gritos, una mujer llorando o tal vez una niña, un rugido enorme, como si se tratara de un huracán, pero justo después se oyen cristales y más gritos, sollozos... ahora una nueva voz, es una niña – ¿Oiga? – la voz le tiembla y parece estar llorando – ¿Por qué no nos ayuda nadie? ¿Hola? ¿Hay alguien ahí fuera? ¿Hola? – estática.

La grabación acabó aquí, pero para entonces Umberto ya estaba tirado en el suelo, con la mano derecha agarrándose fuertemente el pecho y la boca abierta en una mueca de dolor. La luz del faro volvió a apagarse...

Entonces una niña de unos ocho años, rubia, pálida como la luna, con un traje azul oscuro, toda mojada, temblando y descalza entró en la habitación, miró al hombre en el suelo que sufría convulsiones y dijo:
-¿Hola?


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10 comentarios:

Anónimo dijo...

a su nieta fue que su abuela era esa niña...

Anónimo dijo...

Lo has cambiado bastate jeje... Pero está muy bien, muy bien

Anónimo dijo...

Te gusta? Me alegro mucho, lo he cambiado si, es lo mismo pero desde otro punto de vista, tengo que hablar contigo bastante del tema, han surgido una serie de ideas...

Anónimo dijo...

que las veletas giraban al reves que las manillasdel reloj

Anónimo dijo...

hola respondió Umberto y se suicidó.

FIN

Mola cantidubi. Gracias por avisar en el título del artículo del otro blog, por poco lo leo.

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho pero escribid la parte siguiente cabroncetes. Estoy impaciente, jejeje.
Besitos y saluditos.

Anónimo dijo...

¿Se os ocurren ideas para la historia? Si es así mandarnos un e-mail. Esto no es un blog hecho por una o dos personas, sino que todo el mundo puede participar en él. Además podéis enviarno cualquier cosa que se os ocurra escribir, sobre algún tema, actualidad, incluso comenzar un nuevo cuento, poesías, etc.

Anónimo dijo...

no me deja escribir comentarios

Anónimo dijo...

coño ahora si me deja. se ma olvidao lo que iba a poner.
bueno que escribais ya el segundo capitulo de una vez

Anónimo dijo...

Tiene wena pinta, habrá q leer el resto...