lunes, 24 de septiembre de 2007

El Faro -- Capítulo 5

15 Diciembre 2010
07:00 AM

Quince días en el mar, ¿qué más podía pedir? Ezra Priklopil miraba con nostalgia como los jóvenes llevaban a cabo la tarea de soltar las redes de pesca, recordando la cantidad de veces que él mismo había tenido que hacer eso a lo largo de su vida. Pero ya no podría hacerlo nunca más. Ezra Priklopil era el tripulante más viejo de El Catamarán III. Con 82 años había sido invitado a acompañarlos en el que sería, sin duda alguna, su último viaje por el mar.

Ezra subió las escaleras del exterior con dificultad, empujado por el viento que soplaba esa oscura mañana de invierno, hasta llegar a su dormitorio, que compartía con el capitán, justo al lado de la cabina de mandos. Se sentó en su cama, aún desecha y, desde la ventana, que caía frente a él justo a la altura de su nariz, vio como Simón bordeaba la cubierta por la izquierda y se dirigía a proa con pasos rápidos. Simón. Ese tipo no le inspiraba toda la confianza que debiera.

Simón pasó junto a Yunk, el joven oriental que llevaba ya un par de años trabajando con el capitán, sin siquiera mirarlo y llegó a la proa, donde Rob y Jeanman recogían cabos y cuerdas para poner un poco de orden en el barco. Era un trabajo feo, sin duda, y la presencia de Simón no ayudaba a que fuera más agradable.
—Creo que estáis haciendo mal intentando enrollar esas cuerdas un día de viento como este —dijo sonriendo maliciosamente —. Os vais a cansar sin recompensa.
Rob y Jeanman, que sudaban a mares bajo su gran capa de ropa y debido al esfuerzo requerido, le miraron con toda la hostilidad que pudieron.
—Putain salaud —murmuró entre dientes Jeanman en su lengua natal.
Simón, sin tener ni idea de lo que acababan de decirle, se dio la vuelta y comenzó a mirar el cielo. Nubes negras y grises se rozaban y entrelazaban, formando un cielo violento y amenazante de tormenta. Fue bajando la vista hasta el puesto de vigía, elevado unos cuatro metros sobre el techo de la cabina, y recordó haber visto la noche anterior a Sally allí sentada, tapada con una manta y escuchando la radio. ¿Seguiría durmiendo? Realmente le gustaba esa muchacha a Simón aunque, ¿no era un poco joven para él?

Siguió bajando la vista y se fijó en el Capitán, en la cabina de mandos, hablando por teléfono con muy mala cara. Le preocupaba el Capitán, le preocupaba mucho, pero no porque sintiera hacía él algún tipo de simpatía especial, no, era sólo porque el Capitán decidía en todo momento lo que hacer con el barco y qué rumbo tomar, y a Simón le convenía que ese rumbo fuera siempre el mismo, no dejaría que se le estropearan los planes. No en el último momento y por un simple capitán de barco pesquero.

Steve Horner, el Capitán, no podía apenas moverse. La voz que le hablaba desde el otro lado del teléfono venía tan lejana que apenas si podía prestarle atención. Ruby estaba peor. ¿Cómo era eso posible? Se suponía que con los últimos medicamentos había mejorado bastante de su enfermedad, ya sólo necesitaba el orogrís, el orogrís la curaría y podrían ser, en menos de tres meses, una familia normal, marido y mujer otra vez.
—¿Señor Horner? —la voz de la enfermera lo llamaba desde el otro lado —¿Sigue ahí?
—Sí, sigo aquí, es sólo que esto me destroza.
—Lo sentimos mucho, señor, pero no sabemos porque ha sucedido.
—Deben de saberlo… son médicos, se supone, yo no puedo hacer más, no puedo hasta dentro de un mes y medio. —Ruby sonriendo, un recuerdo fugaz que le atravesó la cabeza e hizo que se le saltaran las lágrimas.
—No sabemos si aguantará un mes más, señor Horner —a la enfermera se le quebró la voz al decir lo siguiente —. La verdad es que no creemos que ninguno de los que están como ella vayan a aguantar más de esta semana.
—¡No puede decir eso! No después del cargamento que llevé hace dos semanas, eso debería hacerlos aguantar hasta dentro de por lo menos seis meses, ustedes me lo aseguraron. —Simón acababa de entrar en la cabina y el Capitán le había hecho un gesto para que se sentase y esperara un segundo. —Tengo que colgar, cuando podré volver a llamar.
—Señor Horner, le agradeceríamos que no llamara y nos dejara hacer nuestro trabajo hasta que vuelva a venir por aquí. —dijo la enfermera —La situación ahora mismo es crítica en todos los hospitales de la zona y solo nos ocupamos de llamar a los familiares de los fallecidos para pedir el permiso de investigación.
—¿El permiso de qué?
—De investigación. Señor Horner, es la primera vez en la historia que los médicos se están enfrentando a una enfermedad de éstas características y es gracias a usted que tengamos una pequeña idea de lo que puede apaciguarla. Es por eso que experimentamos en los cadáveres con todo tipo de composiciones médicas a partir de lo que usted nos trajo.
—¿Eso es legal?
—Sí, siempre que la familia lo autorice y en el transcurso de las primeras cinco horas tras la muerte. Luego los cuerpos son incinerados y enviados a las familias.
—No quiero que experimenten con Ruby.
—Señor Horner, ya le llamaremos en el caso de que ocurra algo de mayor índole, hasta entonces, adiós y dese toda la prisa que pueda.

El capitán colgó el teléfono y tardó unos largos segundos en recomponerse antes de poder encarar a Simón.
—Dime —le dijo.
—Nada, sólo pasaba a verte, me pareció que estabas preocupado por algo.
—Sí, así es. Acabo de llamar al hospital, Ruby está peor. Los últimos medicamentos que le llegaron no han surtido el efecto esperado y la tienen muy controlada, como si fuera a…
—Ya verás como todo sale bien, Horner.
—Deberíamos darnos más prisa, Simón.
—No es posible y lo sabes. Hasta que no podamos soltar los rastreadores dentro de treinta días tendremos que ir a la velocidad estipulada. No pareces un capitán de barco.
—Y tú pareces un…

Gritos desde cubierta hicieron que el capitán cerrara la boca para afinar el oído. ¿Qué demonios estaba pasando allí abajo? Simón y él se levantaron prácticamente a la vez y se asomaron por el cristal de la cabina. Lo que vieron les dejó perplejos.
Todos se encontraban en cubierta en ése momento asomados por la borda, retirando las redes de pesca a toda velocidad, aunando sus fuerzas contra una especie de sombra negra en el agua que se retorcía de un lado a otro con la fuerza de la marea, tirando hacia el mar de las redes, que estaban asombrosamente llenas de peces plateados. El Capitán y Simón bajaron a la cubierta rápidamente y se asomaron al mar, la silueta oscura era impresionantemente grande, podía medir cerca de veinte metros y se revolvía como si intentase alejarse del barco pero no pudiera.
—¿Es lo que yo creo? —preguntó el Capitán a Simón, que tenía el rostro descompuesto.
—Y, ¿qué crees tú que es?
—Una ballena.
Todos se volvieron para mirarlos. Las redes se agitaban, arrastrando a los marineros más fuertes, incluso Cabrón parecía a punto de desfallecer de la fuerza que estaba ejerciendo. De repente, todo paró.
—¿Una ballena? ­—gritó Rob. —¡Eso es imposible!
Yunk se acercó al Capitán y mientras le señalaba al mar con cara de terror, gritaba:
—¡Gibbus¡ ¡Gibbus! ¡Yo matar! ¡Yo matar!
—Pero, ¿qué coño está diciendo este tío? —escupió Simón con desdén.
—¡Ulsan! ¡Yo, en Ulsan, gibbus, muerto! —Yunk miraba con temor al mar y se volvía hacia el Capitán.
—¿Sabes acaso que ballena es? ¿Gibbus? —preguntó el Capitán a Yunk, que asintió con un atisbo de sonrisa. —¿Eso qué es?
—Una yubarta.
Ezra Priklopil había salido a ver a que se debía el jaleo y los miraba apoyado en el tocón del ancla. Parecía un fantasma, pálido, con los ojos semicerrados, su ropa blanca siempre impoluta y el viento fuerte previo al temporal agitando la suave tela que cubría su cuerpo viejo y resistente.
Una luz cegadora iluminó el cielo aún oscuro por las negras nubes que lo cubrían esa mañana. Lo siguió un trueno que sonó cercano. Otro relámpago tras la nubes y ahora el estallido casi al momento. Tenían la tormenta encima.

El Capitán miró a sus hombres, que le preguntaban con la mirada desde sus rostros sudados y agotados, que iban a hacer a continuación. Cabrón hacía estiramientos sin quitarle la vista de encima, el estudiante se tocaba las palmas de las manos con cara de dolor, las tenía quemadas por el rozamiento y la falta de costumbre, Jeanman retiraba con los pies los cabos con los que habían estado trabajando poco antes él y Rob, que dirigía su vista del mar al Capitán y viceversa. Joan estaba apoyado en las barras de la borda sacando una fina hebra de metal incrustada en la mano de Sally, cuyo rostro comprimido no dejaba pasar el dolor a través de sus ojos, que se mantenían fijos en Simón, a quién miraba con odio.

Nadie hablaba, así que pudieron escuchar perfectamente el canto largo y profundo que surgía del mar, paralizando el tiempo a su alrededor y anonadando a los tripulantes del Catamarán, que de pronto se sintieron las personas más desdichadas del mundo. Las notas se repetían con un orden lógico, graves y agudas, vibrantes, enternecedoras y a la vez siniestras con un paisaje como aquel de fondo, era una canción de despedida, un lamento surgido de las entrañas de la Tierra que se hacía eco dentro del pecho de todos los presentes. Paró, y ahora se hicieron más cortos y seguidos, agudos, chirriantes pero igualmente hermosos. Sally lloraba con cara de incomprensión y el Capitán notó como se le ponían los vellos de punta. Lo que más le sorprendía era el silencio por el que se expandía el sonido, la nada, la profundidad de un océano desierto en el que su canto rebotaba de un lado a otro, extendiéndose y escuchándose a miles de kilómetros. El Capitán pensó en su esposa. El viento era muy fuerte y el cielo se iluminaba a cada poco. Les rodeaba, además del canto hermoso de la yubarta, el sonido de los truenos, cada vez más cerca, retumbando como tambores, desde el horizonte hasta sus cabezas.

Empezó a llover con fuerza y la ballena cambió de notas, ahora sí que parecían el lamento de un animal, acosado por el ser humano, violado y maltratado, arrancado de su hogar por una fuerza mayor que no entendía y que le había costado la muerte a gran cantidad de hermanos suyos. Su canto era un grito de ayuda, pedía auxilio, pedía vida y libertad, pedía comprensión y respeto, pedía por la naturaleza. El Capitán sentía un nudo en el estómago, un nudo de impotencia. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué estaba contribuyendo a la destrucción de aquella maravilla? Sentía que no podía hacer nada, quería ayudar y se veía impotente, incapaz de salvar a aquel animal que rogaba por su vida con una melodía regalada, preciosa, una melodía de compasión. Apretó los puños e intentó calmarse, pues estaba apunto de llorar. Necesitaba correr y lanzarse al mar, abrazar a aquel animal, decirle que no era capaz, que no podía ayudarlo, que no serviría de nada lo que él hiciese.
Unas gaviotas pasaron sobre el barco, luchando contra la tormenta, frágiles, graznando y mirando hacia abajo. El viento se las llevaba a su antojo, al igual que se llevaba el barco, que perdía rumbo y se movía lateralmente, fuera de toda coordenada lógica. Pero iban demasiado rápido…

—¡Nos está arrastrando! —gritó Val —¡Está enganchada a la red y nos arrastra!
La lluvia caía con fuerza y todos lo miraban a él. Él tenía que decidir y sabía cuáles eran las opciones. Perder las redes o matar al animal. Pero tenía su canto inundándole la cabeza, y pensaba en Ruby. Las notas le vibraban en las sienes y en la garganta, casi como si salieran de él. Yubarta. Sí, había oído sobre ella; la ballena jorobada, con una pequeña aleta en la espalda, una barriga lisa y blanca y con una cola de cabeza bífida impresionante. La ballena más dócil de todas, la más hermosa, la más misteriosa y antigua. La ballena barbuda que durante años había sido objeto de obsesión de pescadores por su preciada grasa, su tesoro de piel.
—Horner, tenemos que matarla —le dijo Simon desde su lado —Horner, ¡Horner!
El Capitán reaccionó y miró a Simon a los ojos, a esos ojos de codicia que le venían observando desde hacía varios años y entonces recordó lo ocurrido en el puerto, poco antes de salir. Recordó a Simon y a aquel hombre con una mano vendada, como ambos le miraban mientras hablaban y como el desconocido estallaba en risas por algo que Simon le decía casi en un susurro. Simon. Simon, el destructor.
—¡Horner! Tenemos que…
—Ya te he oído, Simon —le cortó el Capitán sin mirarle —Intentemos zafarla de la red, no quiero matar una ballena —dijo al resto de los tripulantes.

Todos se pusieron manos a la obra. Los cantos eran cada vez menos frecuentes, más graves y alargados y también menos perceptibles debido a la intensa lluvia que azotaba el mar en ese momento. Ezra había corrido a refugiarse a su habitación, pero le costaba mucho trabajo subir la escalera. El Capitán vio esto y se dio cuenta de que bastaba el más mínimo golpe de una ola en el lado contrario del barco para que el viejo fuese de cabeza al mar.
—¡Mel! —gritó al estudiante — ¡Ayuda a Ezra a subir a su habitación!
—¿A quién? —el estudiante se separó del resto de sus compañeros, que forcejeaban con las redes y la tormenta, y se acercó al capitán.
—¡A Ezra! —le dijo agarrándolo por el pecho del chaleco y girándolo en dirección al anciano, que estaba a punto de caerse. El muchacho salió corriendo, resbalándose, hacia las escaleras. —Vamos, ¡intentemos liberarla! —gritó a los demás.

Entre todos forcejeaban para el lado contrario para el que se movía el animal, cuya aleta se encontraba encajada en un boquete abierto entre las cuerdas duras de la red. El animal sacó la cabeza con la boca abierta y todos pudieron observar su textura rocosa, llena de protuberancias y uno de sus ojos, enormes, oscuros, mirándolos con desesperación. Detrás de la cabeza, por la espalda, la joroba común de su especie sobresalió del agua y mostró una flecha de arpón clavada, pero algo le llamó la atención al capitán de esa flecha.
—¡Está herida! —gritó Sally.
—¡No! —el Capitán sabía qué era aquello —¡Es un localizador! Ni siquiera creo que le duela.
—¿Un localizador? ¿Sabe alguien que estas ballenas siguen vivas? —gritó Val.
—No es un localizador actual ­—era difícil trabajar con aquella tormenta y hablar a la vez —, fíjate bien, mira el cuerpo, trenzado y largo.
Y, efectivamente, el cuerpo trenzado de la flecha se diferenciaba completamente de los localizadores del momento, que eran flechas más chatas y lisas. Pero lo que le llamó la atención al capitán fue que esa flecha no sólo no parecía actual, sino que le recordaba a las dibujadas en los libros antiguos de pescadores, las anteriores a la 1ª Guerra Mundial. Y de eso hacía mucho tiempo. ¿Cuánto había vivido esa yubarta?

Yunk, a su lado, miraba como hipnotizado a la ballena, que poco a poco volvía a sumergir su gigantesco cuerpo en el furioso mar, abría y cerraba la boca pero no decía nada. El Capitán le miró.
—¿Qué te pasa? —le preguntó.
Gibbus, gibbus, yo tener matar… —Yunk miraba al pasado con la vista perdida en la tormenta.
—No, no la vas a matar. —le ordenó el Capitán, aunque sabía que Yunk no le estaba escuchando. ­—¡A la derecha, tirad hacia la derecha! —gritó a los otros —Ya casi está.

Simón había dejado atrás a los demás, se había salido del grupo apretado de gente que intentaban soltar a la ballena y se dirigía a la cabina de mandos. Era el momento de usarlo, siempre en el barco y nunca usado, pero ya era hora. Subió las escaleras agarrado al pasamano y con cuidado de no resbalar, el viento era muy fuerte y llovía de lado, de manera dolorosa. El barco se agitaba con cada coletazo de la ballena, que desesperada ahora más que nunca, se movía sin miramiento alguno, no le importaba nada, quería separarse de aquel monstruo de metal que la había agarrado con sus redes y ya ni siquiera se esforzaba en lanzar su suave lamento. Entró en la cabina, donde reinaba la calma, y se abalanzó contra el baúl siempre cerrado del que sólo él y Horner tenían llave. Con manos temblorosas y mojadas se quitó la cadena que se colgaba del cuello con varias llaves e intentó un par de veces abrir la cerradura sin éxito. Lo intentó con una tercera llave y abrió sin problemas el enorme baúl lleno de papeles, cartas esféricas y otras cosas, entre ellas, el viejo arpón de pesca del Capitán. Según él, sólo había sido usado dos veces antes y hacía mucho tiempo, pero funcionaba perfectamente.
Simón sonrió y se puso en pie. Se disponía a salir por la puerta cuando la máquina de referencias comenzó a chirriar. Estaban recibiendo un mensaje, así que encendió el fax. La máquina comenzó a escupir un folio escrito con letra de imprenta en cuya esquina superior derecha se apreciaba el emblema de un hospital. A Simón se le revolvió el estómago, sabía que algo, tarde o temprano, lo echaría todo a perder. Cogió el folio y lo leyó:

Estimado Señor Horner:
Lamentamos comunicarle que hoy, 15 de Diciembre de 2010, a las 07:27, su esposa, la señora Ruby Horner, moría por insuficiencia respiratoria y cardiaca en el quirófano a causa de un colapso en el sistema ventricular.
Por favor rogamos que nos detalle, lo antes posible, si desea que se utilice el cuerpo de su esposa como material de investigación durante las cinco horas posteriores de su muerte.

Cordialmente.
Director de Investigación y Ciencia del Hospital Santa María.

Simón leyó el papel un par de veces y soltó el arpón en la mesa. ¿Por qué? ¿Por qué en ese momento? No podía permitirlo, no podía dejar pasar esa oportunidad. El barco dio otro brusco viraje y se inclinó levemente a la derecha; el arpón se deslizó por la mesa y cayó al suelo. Si el Capitán se enteraba de que su esposa había muerto no querría seguir el viaje hasta Terranova, no tendría interés alguno en llegar a la isla. ¿Qué debía hacer?

—¡Tirad! ¡Tirad! ¡Soltad a la de tres! ¡Una! ¡Dos! ¡Tres! —el Capitán guiaba a los demás con éxito, la aleta ya estaba casi fuera de la red y no podía dejar de sonreír.

Simón pulsó el botón de enviar y se agachó a coger el arpón del suelo. Cuando se incorporó y abrió la puerta para salir, la máquina de referencias mandaba un mensaje por fax con lo siguiente escrito a mano:

Hagan lo que crean necesario con el cuerpo y luego desháganse de los restos por mí.

Steve Horner.

Cuando llegó a cubierta con el arpón cargado y a punto para ser disparado, todos estaban terminando de subir la red, esta vez sin dificultad. Habían liberado la ballena. Todos sonreían y se daban golpecitos en la espalda, contentos, orgullosos de haber podido ayudar a algo de ésa magnitud.

El Capitán miraba por la borda, aguantando el golpe del agua, como se alejaba la oscura sombra entre las profundidades hasta perderse. Cuando ya llevaba allí un rato le pareció ver surgir un chorro de agua a presión desde la superficie del mar y, más feliz que antes, se dirigió a su dormitorio.
Al entrar le sorprendió ver a Ezra tumbado en la cama con las manos en la cabeza, donde el pelo, aún mojado, formaba una mancha oscura en la almohada.
—¿Estás bien, Ezra? —preguntó cerrando la puerta tras él.
—Sí, sí, es sólo que hoy, cuando me has mandado al estudiante ése para que me ayudara a subir las escaleras, me he sentido más viejo que nunca. —cuando terminó de decir esto se quitó las manos del rostro y miró al Capitán con una sonrisa que le arrugó toda la cara más de lo normal.
—Yo sólo intentaba evitar que no te cayeras por la borda. Tienes que reconocer que ya no tienes la misma agilidad de cuando eras joven…
—No, te confundes, no lo digo por eso.
—¿Entonces?
—Cuando me mandaste al muchacho y éste me agarró para subir, vi como miraba algo con cierto temor, y pensé que se trataba de Simón, pero luego, cuando seguí la trayectoria de sus ojos, descubrí a esa inocente niña de la que me hablaste, en la cabina, señalando algo con su manita blanca…
—Lo de la niña fue una ilusión mía…
—No, Steve, el muchacho la vio también, y no parecía ser la primera vez —el anciano se incorporó en la cama —Te decía que estaba señalando algo, como si nos intentase avisar, y entonces el muchacho y yo miramos en la dirección señalada y descubrimos una luz en el horizonte, un pequeño faro que se erigía entre una gran concentración de rocas y enormes piedras, uno de esos que no pertenecen a ningún distrito en concreto y que sólo están ahí para salvar a los barcos de encallar entre esas piedras.
—No te entiendo, Ezra.
—Déjame acabar entonces —el viejo miró por la ventana como la tormenta amainaba y, tras tragar saliva, habló —. Ésas rocas y ése pequeño faro tienen un significado muy especial para mí, Steve, porque fue ahí donde chocamos mi hermano y yo hace hoy exactamente cincuenta años en un día de tormenta peor que este, mucho peor. Entonces lo supe.
—¿Supiste el qué?
—Supe que esa niña era la misma que se había comunicado conmigo desde Terranova hará ahora algunos años, la misma niña que me dijo que mi hermano no estaba muerto, que Umberto seguía vivo y que tenía que contactar contigo para encontrarlo.

The Breakfast Clan

Copyright © The Breakfast Clan, 2007. Todos los derechos reservados.

viernes, 31 de agosto de 2007

"STRANG" por Sr. Sarcasmo

Strang llegó corriendo al laboratorio. Parecía no haber comido durante dos o tres días, pues estaba escuálido. El abundante pelo negro y los ojos achinados le daban un aspecto asiático.

Strang era un poco extraño. Para empezar, se dedicaba a buscar vida de otros planetas. Esto se debía q que, veinte años antes, en su juventud, lo habían abducido los extraterrestres. Aquella noche, despertó a medio barrio gritando el extraño suceso que le había ocurrido. Por su puesto, nadie le creyó. Incluso sus amigo y familiares decían que siempre había sido muy raro.

Volviendo al presente, la causa por la que Strang había entrado corriendo al laboratorio era su aeex ( tal y como él lo llamaba). Se trataba de un pequeño aparato que, colocado en la oreja, era “capaz” de interceptar sonidos extraterrestres. Mientras iba hacia el trabajo, había oído extraños sonido por el aeex (siempre lo llevaba encima) y había venido corriendo.

Rápidamente se colocó delante de cientos de aparatos que daban vueltas y encendían lucecitas. Llevaba quince años buscando a los otro seres y, según él, cada vez estaba más cerca de conseguirlo.

Justo cuando se había concentrado y estaba a punto de obtener resultados, sonó el teléfono. Refunfuñando, lo cogió y preguntó quién era.
-¿Strang? –preguntó una voz.
-Sí, soy yo –contestó.
-Hola, no sé si te acordarás de mí, soy Ernesto, tu antiguo amigo.
-¡Sí! ¡Claro que me acuerdo! –exclamó Strang entusiasmado- ¿Qué quieres?
-Es que vamos a celebrar una fiesta de recuerdo de compañeros del colegio y pensé que a lo mejor querrías venir.
-No sé...
-Espero que vengas, porque me ha costado mucho encontrar este teléfono.

Después de despedirse, colgó. Por un lado, le gustaría ir, ya que no había tenido mucha relación social durante todo ese tiempo, excepto con los “bichos raros” que trabajaban con él. No tenía ningún buen amigo y era hora de que tuviese algunos. Pero, por otro lado, no podía abandonar los experimentos importantes de comunicación que llevaba a cabo.

Tras pensar durante un largo rato, decidió ir a la fiesta. Estaba situada en un camping de las afueras de la ciudad, rodeado de un pequeño bosque. Por supuesto, no se separó de su aeex, pegado a la oreja en todo momento. Éste, durante todo el camino, estuvo haciendo unos ruidos que nunca antes había hecho. Eran tan fuertes que a Strang le dolía la cabeza.

Arrepentido de haber ido a la fiesta, se sentó en una mesa arrinconada del chiringuito que habían montado.

Alguien lo saludó, levantó la vista y se dio cuenta de que era Ernesto.
-¿Por qué no te sientas con todos allí? –preguntó.
-Porque no; me duele la cabeza. Creo que hay marcianos cerca –dijo tocándose el aeex.
-¡Estás loco!
-¡Mira imbécil! –gritó Strang escandalizado- Cuando me abdujeron los extraterrestres, me dijeron que les ayudase a destruir a la humanidad.
-Bueno, Strang, si te digo la verdad fuimos yo y otros amigos los que te secuestramos disfrazados de marcianos para que tú te creyeses eso, ¡pero no creí que llegarías tan lejos con ese rollo!

Strang se levantó casi llorando y se adentró corriendo en el bosque. No se podía imaginar que le hubiesen hecho aquello en el pasado esos niñatos. Pensaba que había perdido toda su vida. Pero mientras corría, los ruidos de aeex se hacían mayores.

De repente, al llegar a un claro, una gran luz invadió la zona. Una voz le dijo con total claridad que se acercase. Y lo hizo. Algo de esa voz le decía que no había peligro. ¡Quién sabe! A lo mejor, ahora sí que haría verdaderos amigos.

Sr. Sarcasmo

miércoles, 29 de agosto de 2007

"La Charada de Dumas" por PoorPooLand

Hace tiempo, unos seis meses o así, fui a Quorum un sábado por la mañana y me compré "La Divina Comedia", de Dante, y, de vuelta a mi casa, pasé por la puerta de Quorum 2, esa tiendecita que casi pasa desapercibida por su tamaño y sus colores oscuros. Entré y me puse a ojear y hojear por allí los diferentes libros hasta que encontré uno que me llamó mucho la atención por la portada y el título. En la cubierta se veía un dibujo antiguo de varios esqueletos bailando una macabra danza tras el título "Historia de un muerto contada por él mismo" de Alejandro Dumas, nada menos. Lo cogí y le di la vuelta. Pude comprobar que se trataba de una compilación de ocho historias, ocho relatos, fantásticos y de terror. Lo hojeé por dentro, topándome con el principio del primer relato, cuyo título daba nombre al libro, que decía así: "Una tarde de diciembre estábamos tres amigos en el taller de un pintor. Hacía un tiempo oscuro y frío, y la lluvia repiqueteaba en los cristales con su ruido monótono y continuo.". Aquel día era igual, nublado, frío, y a punto de ponerse a llover. Lo compré.

Lo fui leyendo a ratos, compaginándolo con otros libros, haciéndolo durar ya que no tiene más de 220 páginas. Ayer me leí el final. El último relato: Deseo y Posesión. Pero no es un relato, bueno, algo así. Es una alegoría expuesta en forma de charada, acertijo, que el señor Dumas publicó en un diario francés en 1860. A continuación lo copié a ordenador y lo voy a exponer aquí para que lo leáis e intentéis adivinar que muestra, qué expresa, qué esconde. Es muy cortito y se lee muy fácil, así que no seáis más flojos y leedlo.

Una mariposa reunía en sus alas de ópalo la más dulce armonía de colores: blanco, rosa y azul.
Como un rayo de sol iba revoleteando de flor en flor y, cual flor voladora, subía y bajaba, jugando por encima de la verde pradera.
Un niño que intentaba sus primeros pasos por el césped tornasolado la vio y, de repente, se sintió invadido por el deseo de atrapar aquel insecto de vivos colores.
Pero la mariposa estaba acostumbrada a este tipo de deseos. Había visto como generaciones enteras se quedaban sin fuerza persiguiéndola. Revoloteó delante del niño y fue a posarse a dos pasos de él; y, cuando el niño, ralentizando sus pasos y conteniendo la respiración, extendía la mano para cogerla, la mariposa alzaba el vuelo y recomenzaba su viaje desigual y deslumbrante.
El niño no se cansaba; el niño lo intentaba una y otra vez.
Tras tentativa abortada el deseo de poseerla, en vez de apagarse, crecía en su corazón, y, con paso cada vez más rápido, con la mirada cada vez más ardiente, el niño salía corriendo detrás de la linda mariposa.
El pobre niño había corrido sin mirar atrás; de manera que, cuando hubo corrido un buen rato, ya estaba muy lejos de su madre.
Del valle fresco y florido, la mariposa pasó a una llanura árida y poblada de zarzas.
El niño la siguió hasta esa llanura.
Y, aunque la distancia ya era larga y la carrera rápida, el niño, que no se sentía cansado, no paraba de perseguir a la mariposa, que se posaba, cada diez pasos, en un matorral, en un arbusto o en una sencilla flor silvestre y sin nombre, y siempre alzaba el vuelo en el momento en que el muchacho creía tenerla ya.
Porque, mientras la perseguía, el niño se había convertido en muchacho.
Y, con el invencible deseo de la juventud, y con su indefinible necesidad de posesión, no dejaba de perseguir al brillante espejismo.
Y, de vez en cuando, la mariposa se detenía como para burlarse del muchacho, introducía voluptuosamente su trompa en el cáliz de las flores y batía amorosamente las alas.
Pero, en el momento en que el muchacho se aproximaba, jadeando de esperanza, la mariposa se abandonaba a la brisa, y la brisa se la llevaba, ligera como un perfume.

Y así pasaron, en esa persecución insensata, minutos y más minutos, horas y más horas, días y más días, años y más años, y el insecto y el hombre llegaron a la cima de una montaña que no era otra cosa que el punto culminante de la vida.
Persiguiendo a la mariposa, el adolescente se había hecho hombre.
Allí, el hombre se detuvo un instante para considerar si sería mejor volver atrás, pues la vertiente de la montaña que le quedaba por bajar le parecía muy árida.
Abajo, en la falda de la montaña, al contrario del otro lado donde, en encantadores parterres, ricos y vergeles y verdes parques, crecían flores perfumadas, plantas raras y árboles cargados de fruta; en la falda de la montaña, decíamos, se extendía un gran espacio cuadrado cercado por muros, al cual se entraba por una puerta abierta ininterrumpidamente, y donde no crecían más que piedras, unas tendidas en el suelo, las otras erguidas.
Pero la mariposa se puso a revolotear, más deslumbrante que nunca, ante los ojos del hombre, y tomo la dirección del recinto cerrado, siguiendo la pendiente de la montaña.
Y, ¡cosa extraña!, aunque aquella carrera tan larga tendría que haber fatigado al viejo, porque, por su pelo canoso, se podía reconocer como tal al insensato corredor, su paso, a medida que avanzaba, se hacía más rápido; solo se podía explicar por el declive de la montaña.


Y la mariposa se mantenía siempre a la misma distancia; solo que, como las flores habías desaparecido, el insecto se posaba en cardos espinosos o en desnudas ramas de árboles.
El viejo, jadeando, no paraba de perseguirla.
Al final, la mariposa pasó por encima de los muros del triste recinto, y el viejo la siguió, entrando por la puerta.
Pero apenas había dado unos pasos cuando, mirando a la mariposa, que parecía fundirse con la atmósfera grisácea, chocó con una piedra y cayó.
Tres veces intentó levantarse, y tres veces volvió a caer.
Y, no pudiendo correr ya más detrás de su quimera, se contentó con tenderle los brazos.
Entonces la mariposa pareció apiadarse de él y, aunque había perdido sus colores más vivos, se puso a revolotear por encima de su cabeza.
Tal vez no eran las alas de insecto las que habían perdido sus vivos colores; tal vez eran los ojos del viejo los que se había debilitado.
Los círculos descritos por la mariposa se fueron haciendo más y más estrechos, y al final se fue a posar sobre la pálida frente del moribundo.
En un último esfuerzo, éste levantó el brazo, y con la mano tocó, por fin, la punta de las alas de aquella mariposa, objetos de tantos deseos y tantas fatigas; pero, ¡qué desilusión!, se dio cuenta de que aquello que había estado persiguiendo no era una mariposa, sino un rayo de sol.

Y su brazo cayó frío y sin fuerzas, y su último suspiro hizo estremecer la atmósfera que pesaba sobre aquel camposanto…


Gracias por leer

J.R.R.G.

lunes, 27 de agosto de 2007

Memorias de Idhún (1ª Parte) por P.J.O.R.

¡Aiya, mis queridos breakfastclanianos!

Tras muchos ruegos por vuestra parte y ahora que tengo algo que compartir con el mundo, he decidido hacer mi primera aparición en Breakfast Clan. Seguro que muchos de vosotros ya sabéis quién soy, y si no, doy por sentado que lo deduciréis antes de que esto acabe.

En primer lugar me gustaría decir que me ha encantado la historia de Pedro Sánchez. En mi opinión ha sido muy divertida y doy por sentado que se habrá reído muchísimo leyéndola. Lastima que yo no haya podido participar, me hubiera encantado soltarle todo tipo de fricadas de las que él fuera el protagonista. (Aquí tenéis un par de pistas para ir deduciendo quien soy).

También me he leído las premoniciones del séptimo libro de Harry Potter de un tal Tilacino. Aunque me alegro de que haya acertado la mayoría, que sepas, Tilacino, que todo eso ya me lo contase tu en persona y me lo estuviste recordando durante los meses de exámenes de este curso. ; )

Cambiando de tema. Los escritores de El Faro estaréis ansiosos de saber si me lo he leído ya o no y de saber mi opinión. Lamento comunicaros que no, no me lo he leído todavía. Pero juro por mi Honor de Caballero que me lo iré leyendo poco a poco.

Y ahora, lo que todos estabais esperando: el verdadero motivo de mi presencia aquí, aquello que ha hecho posible que empiece a aparecer en Breakfastclan, algo que estoy deseando compartir con vosotros y que estoy seguro que os desilusionara un poco… Pero, ¿qué se puede esperar de mi? (mi mente es demasiado simple para otras cosas). Señores, ansío comunicaros que me he terminado un libro llamado Memorias de Idhún, de una española que se llama Laura Gallego García y estoy deseando compartirlo con vosotros.

Al libro le pongo un sobresaliente. Y toda la gente que se lo ha leído habla maravillas de él. Tiene casi todo lo que se pueda esperar de un libro de aventura fantástica: Espadas, magia, dragones, aventura, amores imposibles, sexo (en el tercero) y muerte… Para los que anden un poco perdidos (como lo estaba yo), que sepan que el libro es una trilogía: el primero se llama La Resistencia, el segundo La Triada y el tercero Panteón. El argumento y la historia son bastante originales, teniendo en cuenta que se trata de la eterna lucha entre el Bien y el Mal, ya que los hilos se enredan de una manera sorprendente. También es digno de mención el hecho de que no incluye elfos o enanos. Solo los humanos, los dragones y los unicornios son las rezas que aparecen en este libro y que ya hayamos oído hablar de ellas anteriormente. Pero aparecen muchas más. Todas inventadas. Como los varu, los szishs o los yan, entre otras y algunas modificadas, como las hadas, que ahora son de tamaño humano (cuando yo siempre me las imaginaba de tamaño Barbie). También es digno de destacar que no se trata sólo de “matar a los malos”, sino que, en algunas ocasiones, se acerca a ellos casi como si fueran “los buenos” y delatan sus miedos, sus deseos, sus pasiones y sus amores, y te los hace ver mas humanos que como los ves a través de los ojos de los protagonistas. (Y tú mismo dices: “Puf, ahora me da pena que maten al shek…”). Esto se aprecia mas al final, cuando… bueno, mejor me callo. Definitivamente, le pongo un sobresaliente, pero no un diez. A mi parecer, el libro tiene un par de fallitos. El más gordo es, quizás, que unos niños de trece años (los protagonistas Jack y Victoria) no están preparados psicológicamente para despertar en su interior sentimientos tan intensos como los que describe la escritora. Son muy niños. A mí, personalmente, creo que esa primera experiencia que vive Jack cuando llega a casa me traumatizaría de por vida y no estaría preparado a los tres días para empuñar una espada y embarcarme en una cruzada personal. Y el amor que surge mas tarde… vale, yo también me he enamorado a esa edad, pero han sido más bien pequeños caprichos pasajeros, y no el amor tan puro y sincero que hay en el libro y que obliga a la pareja luchar contra viento y marea porque la sociedad no admite esa relación. Y luchan por ese amor. ¡Vaya si luchan!

A continuación haré un breve resumen en el que juro por mi Honor de Caballero no desvelar nada más que lo básico e intentaré no destripar nada. Luego pondré un resumen más extenso (muy, muy extenso. Demasiado extenso creo), con el final y todas las cosas que pasan, o al menos con todas las que recuerde, para que los vagos como vosotros que no os queráis leer el libro completo tengáis una idea sobre él. (Y si sacáis una idea de esto para añadirlo a EL Faro, pedidle permiso a Laura Gallego antes. ; ) )

La historia trata de unos personajes que vivían en este, nuestro, planeta (la Tierra, para los que estén perdidos) que con la ayuda de un mago y un caballero de Idhún (otro planeta muy parecido a este en el que también hay humanos, además de otras razas) tienen que evitar que “los malos”, que también son idhunitas, asesinen a cierto tipo de personas, aquí en la tierra. Estos “malos” están buscando entre, otras victimas, a un Dragón y a un Unicornio que los magos de Idhún enviaron a la Tierra para protegerlos, a través de portales mágicos. (Nada de naves espaciales, ni extraterrestres ni nada por el estilo, que nadie se haga una idea equivocada.). Cuando dan con ellos se los llevan a Idhún para que les ayude a enfrentarse a un mago que, junto con un ejercito de sheks (Serpientes aladas, los enemigos acérrimos de los dragones), tiene sometido a todo Idhún. Lo que los protagonistas no sabían era que al hacerlo desencadenaban el poder del Dios oscuro, haciendo que los demás dioses bajen al mundo terrenal para destruirlo, con el pequeño inconveniente de que para ellos todos los demás seres mortales son insignificantes. Sobretodo si pueden crear otro mundo después de destruir este en su lucha. Así que, sin lugar al que huir de la furia de los dioses, a los protagonistas no les queda otra que intentar impedir esta lucha. Pero como se puede interponer una hormiga en la incipiente lucha de siete Titanes…

Increíble, ¿verdad? En mas de una ocasión e sudado a chorro leyendo esto. Ahora, los que no queráis saber mas os recomiendo que no sigáis leyendo porque esta vez contaré quien muere y quien no. Además daré los nombres de los personajes para que no sea tan lioso y contare el final. Así que, si te lo quieres leer y no quieres que te destripe nada, retírate. Te estoy diciendo que dejes de leer. ¿Estas seguro de que quieres seguir? Tío, no seas cansino, que merece la pena leerlo. ¡Vale! Pues nada, tú mismo…

La historia empieza con Jack, un muchacho de unos trece años que llega a su casa con un mal presentimiento. Haya a sus padres, muertos, y a sus asesinos. Otros dos personajes aparecen y lo salvan y se lo llevan a un refugio llamado Limbhad. Allí sus salvadores Shail, el mago y Aslan, caballero de Nurgon, le explican que vienen de Idhún y que sus padres han sido asesinados por Kirtash y por otro mago llamado Elrion. Ambos asesinos han sido enviados por Ashran, el Nigromante, aquel que tiene Idhún sometido, para buscar y matar al último unicornio y al último dragón que quedaban con vida y que habían sido enviados a la Tierra. De paso mataban también a todos los Idhunitas exiliados que buscaban refugio de la guerra que había estallado en su planeta natal. En Limbhad, Jack conoce a Victoria, de su misma edad y a quien Kirtash tiene en su mirilla. El muchacho decide unirse a La Resistencia (formada por Shail, Victoria y Aslan) y luchar contra Kirtash y el mismísimo caballero de Nurgon le enseña a luchar con la espada. La Resistencia descubre, con horror que Kirtash es un híbrido, una mezcla entre humano y shek y puede adoptar una u otra forma. Por una serie de causas, Victoria empieza a sentirse atraída por Kirtash y termina enamorándose de él.
Mientras tanto, Shail y Aslan ponen al corriente a Jack de lo que ha pasado en Idhún y de lo que les ha hecho embarcarse en esta misión. El día que Ashran subió al poder, se produjo una conjunción astral y los planetas se alinearon. Esta alineación lo ayudó a traer de vuelta a los sheks (a quienes los dragones habían echado de Idhún tiempo atrás) y a exterminar a todos lo dragones y unicornios que vivían. Todos salvo dos. Una cría hembra de unicornio, que la encontró Shail (a la que llamaron Lunnaris) y otra cría macho de dragón, que la encontró Alsan (a la que llamó Yandrak). Los llevaron rápidamente a la torre de hechicería donde los magos los mandaron a la Tierra para protegerlos. Luego habían mandado al mago y al caballero que los encontraron para que cuidaran de ellos. Esa era la principal misión de La Resistencia. Pero los portales mágicos habían sido cerrados cuando ellos lo cruzaron y ya no podían volver. Mientras investigaban como volver a abrirlos, buscaban en las bibliotecas lugares donde hubiera leyendas de dragones o de unicornios. Obtuvieron un par de pistas que no les conducía a nada y descubrieron la existencia de un par de objetos mágicos idhunitas que podrían servirles contra Ashran y sus sheks. Pero Kirtash siempre llegaba antes y en uno de estos objetos, un báculo hecho por y para unicornios, les preparó una trampa a La Resistencia y, a pesar de que el báculo obedeció la orden de Victoria y lo pudo empuñar contra el asesino, capturó a Alsan. Se lo llevó a un castillo de la edad media que estaba abandonado (o que había comprado, no me acuerdo), donde tenía oculto un pelotón de szishs (hombres – serpiente mandados desde Idhún por Ashran). Elrion, el mago, hizo una serie de experimentos con Alsan y lo convirtió en una especie de hombre – lobo. Durante el rescate, el duelo entre Kirtash y Jack fue titánico. Los sheks, como Kirtash, tenían afinidad con el hielo y Jack, por alguna extraña razón, con el fuego. Un odio incomprensible se apoderaba de ambos, del frío Kirtash y del simpático Jack, cada vez que ambos e enfrentaban .Hubo un momento en que Victoria estaba a solas con Kirtash y este, que también se había enamorado de ella, le pidió que se fuera con él porque no quería matarla. Ella aceptó. Entonces aparecieron los dos magos, Shail y Elrion. Este último le lanzó un hechizo al mago de la resistencia y Kirtash, sabiendo que Shail era como un hermano para Victoria, intentó protegerlo con otro hechizo, pero creyó que no pudo porque el mago desapareció. Sin pensárselo dos veces, él mismo mató a Elrion, con la frialdad e indiferencia típicas de un shek. Cuando llegó Jack con Alsan, escaparon de allí mediante la magia de Victoria, que Shail le había estado enseñando, de vuelta a su refugio. Ahora Aslan tenía unos rasgos más fieros, casi lobunos. Y con cada luna llena se transformaba en una bestia fiera y sangrienta. El caballero de Nurgon, temiendo hacer daño a sus amigos, huyó de Limbhad. Y Jack, que sentía por él lo que Victoria por Shail, discutió con la chica acerca de si debían ir a buscarlo o no. Al final se fue solo, enfadado y sin Victoria. Y sin magia no pudo volver a Limbhad.
Dos años después de deambular por el mundo sin rumbo, fue Alsan quién dio con Jack y luego con Victoria y reunió a La Resistencia. Seguían luchando contra Kirtash. En uno de los fugaces encuentros entre la muchacha y el asesino, éste le regalo un anillo a través del cuál ambos sentían al otro: cómo estaba, dónde estaba, qué sentía…
Pasan una serie de cosas más que no recuerdo bien. Entre ellas, aparece en escena la abuela adoptiva de Victoria, Allegra que resultó ser otra idhunita exiliada, a la que Kirtash perdonó la vida porque estaba protegiendo a Victoria. Ella se enamoró también de Jack y la pobre estaba hecha un lío porque no sabía por cual de los dos decidirse y cada vez les gustaban más, con sus defectos y sus virtudes. El problema era que ambos chicos se odiaban a muerte y se sentía como una traidora por enamorarse del enemigo.
Ashran, al ver que estaba perdiendo el control de su hijo Kirtash, lo torturó para que trajera a la chica ante él, porque, sin verla siquiera, ya sabía lo que era ella en realidad. Mientras hacía esto, envió a un destacamento de sus soldados, bajo el mando de Gerde (una hada hechicera que le gustaba coquetear con todos los hombres), a atacar la casa de Allegra, donde estaba La Resistencia. Victoria sintió el dolor de Kirtash a través del anillo, como si la torturaran a ella también. Pero para poder ayudar a Jack en la batalla, se tuvo que quitar el anillo y Kirtash se sintió solo de repente, a pesar de que había aguantado por ella, y se sometió de nuevo a la voluntad de su padre. En cuanto Kirtash se rindió, Gerde se retiró. La distracción había funcionado.
Luego Allegra les confesó (lo que yo ya sospechaba desde la mitad del libro) que Lunnaris, el último unicornio, era Victoria. Y que la adoptó porque vio la luz del unicornio tras los ojos de la niña. La misma luz que tanto Kirtash como Jack habían visto también (un detalle importante a la hora de enamorarse de ella). El cuerpo del unicornio (y sospechaban que el del dragón también) había sido destruido al traspasar la puerta entre los mundos y sus almas se habían metido en el cuerpo de dos niños que aun no habían nacido. Entonces, ¿dónde estaba Yandrak?
Allí fue cuando La Resistencia se dio cuenta de que Ashran había creado al híbrido para cruzar el portal, y por eso no mandaba su ejército de sheks, porque morirían por el camino. Luego apareció Kirtash y Victoria muy preocupada por él se le acercó pero el shek, dominado por su padre, se la llevó de la Tierra a Idhún a través de un portal y La Resistencia no pudo perseguirles. La llevó ante su padre, Ashran, porque el mago quería tener al último unicornio para si, la única cosa capaz de entregar el don de la magia, que quedaba en el mundo. Cuando corrió la voz por Idhún de que el último unicornio había sido encontrado y que estaba en las manos de Ashran, el Nigromante, se alzaron en una batalla contra él y la rescató nada mas y nada menos que Shail ayudado por Kirtash, que ya se había “recuperado” por así decirlo y se había librado del control de su padre. Por lo visto, cuando el asesino intentó proteger al mago durante el rescate de Alsan, lo que hizo fue enviarlo a Idhún a través de un portal, pero no estaba seguir de haberlo conseguido y por eso le dio por muerto. Shail volvió a Limbhad con Victoria, donde estaba la desesperada Resistencia, mientras Kirtash se enfrentaba a su padre para cubrirles la retirada. Cuando huyeron, el shek intentó escapar pero otros Sheks le atacaron y no se sabe como, apareció medio muerto en Limbhad. Tras las suplicas de Victoria, perdonaron al Shek. Fue entonces cuando dedujeron que el espíritu de Yandrak se encontraba dentro de Jack y cuando se hubieron recuperado, decidieron volver a Idhún para cumplir la profecía. “El último dragón y el último unicornio derrotarán a Ashran y un shek les ayudará y les abrirá la puerta”. Y Kirtash abrió el portal para que la resistencia viajara a Idhún.

Memorias de Idhún (2ª Parte) por P.J.O.R.

Tal y como llegan a Idhún, hay un gran destacamento de Sheks esperándolos. Ellos huyen pero a Shail le muerden en una pierna y por culpa del veneno se la tienen que amputar luego. Al final encuentran donde esconderse: el Bosque de Awa. Un bosque mágico donde se ocultan los sublevados al reinado de Ashran cuyas flores, alimentadas por la luz de las lunas produce un escudo al rededor de todo el bosque y solo los Silfos y las Hadas (los habitantes del bosque de Awa) pueden deshacerlo. Allí, cada uno decide ir en una dirección.


Allegra va a ver a los Bárbaros para que se unan a ellos. Allí está Gerde, que con sus coqueterías tiene engatusada a todas las tribus bárbaras y tras un duelo la abuela de Victoria huye de allí. La huída lleva a Gerde a una torre donde esta Kirtash. Nuevamente intenta someterlo con sus coqueterías, pero el shek la mata y envía el cadáver a su padre.

Alsan, que resulta que es el Príncipe de Vanissar (uno de los reinos humanos) va recuperar lo que le pertenece. Pero las serpientes lo están esperando y su propio hermano, que regenta el trono, lo traiciona, pero consigue escapar de la trampa gracias a los Nuevos Dragones. Éstos son rebeldes que construyen dragones de madera, a escala real, dentro del cual va un piloto humano que lo maneja. Son artificiales, pero son igualmente efectivos. Mediante la magia les dan “vida” de manera que parezcan reales (hasta escupen fuego). El resultado es tan real que los Sheks se vuelven locos de rabia al verlo y los atacan sin formación, olvidando toda precaución y toda frialdad, típicas de los Sheks. Tras su encuentro con los Nuevos Dragones y sus constructores, Alsan se une a ellos y viajan hacia la antigua fortaleza de Nurgon, sede de los legendarios caballeros. La reconquistan y la usan como base para reunirse.

Kirtash se fue al norte, a que Ydeon, el gigante, un mítico forjador de espadas, le reforjara a Haiass, su espada, rota en un duelo contra Jack o contra su padre. Su arma, al igual que la del dragón o la de Alsan, eran espadas legendarias y no podían ser forjadas por cualquier herrero. Además, se necesitaba magia. De paso, con la soledad de las tierras del norte (la tierra de los gigantes), recuperar su parte Shek que esta siendo oprimida por su parte humana, debido al amor que siente por Victoria.

Jack se dirige al sur, a la tierra de los dragones. Victoria no sabe con cual de los dos irse y al final decide irse con Jack. Shail, cuando se recupera de su pierna, sigue a Jack y a Victoria acompañado por Zaisei, una celeste (otra raza de Idhún parecida a los humanos) muy especial para él. De camino a la tierra de los dragones, Jack y Victoria conocen a Kimara, una semiyan que vive en el desierto (Los yan son otra raza) y que los guía a través de él. Tras una batalla con los sheks que los estaban esperando en los límites del cementerio de dragones, Victoria le entrega la magia a la semiyan.

Mas tarde, de vuelta de la tierra de los dragones, se les incorpora Kirtash. Jack es más dragón que nunca y el otro tiene su espíritu Shek recién renovado. No pueden evitar sentir odio mutuo. Un odio que los dioses les otorgaron cuando los crearon para luchar. Se enzarzan en una pelea brutal, tanto en el cuerpo humano como en el cuerpo del dragón y del shek. Al final, el asesino hiere a Jack y lo hace caer en un volcán, que en realidad es un portal a otro mundo: Umadhum. Este nuevo mundo es donde los sheks estaban antes exiliados, donde los dragones los encerraron, antes del día de la conjunción astral y de que Ashran los trajera de vuelta y exterminara a sus enemigos. Allí, una shek que tiene un interés personal en matar a Ashran y al rey de los sheks (porque la obligaron a usar a sus hijos para crear al híbrido Kirtash), lo ayuda, le cura y le enseña a controlar parte de su odio, o a enfocarlo hacia otra cosa que no fueran lo sheks. Cuando lo creen oportuno, ambos vuelven a Idhún atreves del portal del volcán.

Pero durante todo ese tiempo, a Jack le dan por muerto. Y Victoria jura matar a Kirtash, a pesar de todo lo que lo ama. Se sentía como una traidora hacia Jack, porque le pidió que perdonara la vida del shek cuando apareció en Limbhad y a cambio, le arrebata la vida del otro hombre (o dragón) al que tanto amaba. Y para enmendar su error le persigue por medio mundo. Durante el camino se encuentra con Yaren, un joven que ansia por encima de todo ser mago. Acompaña a Victoria y la presiona para que le entregue la magia. Al final ella cede, pero lo único que le puede dar es una magia impregnada de los sentimientos oscuros de ira y dolor que ella sentía, una magia corrupta. Y Yaren se va, sintiendo como la magia lo torturaba por dentro. Tras esto, Victoria da con Kirtash y en medio de la pelea, el la besa creyendo que así podía calmarla y en ese momento ella le atraviesa el estomago con la espada de Jack, Domivat. Cuando el shek estaba en el suelo, mortalmente herido y la muchacha le va a dar el golpe de gracia, aparece Jack y se interpone entre ambos. Así a la muchacha se le desaparece su sufrimiento, su odio y su deseo de venganza. Curan a Kirtash mediante la magia de la mujer y él no le guarda rencores.

Cuando el shek se recupera, deciden ir a matar a Ashran. Para ello dejan a Victoria durmiendo y ellos dos se van solos, con intención de mantenerla a salvo, a por el nigromante, mediante un hechizo de teletransportación. Pero cuando irrumpen en la sala donde los esperaba el mago y el rey de los sheks, Zeshak, son rápidamente neutralizados. Entonces Victoria va a rescatarlos y le ayuda la shek “amiga” de Jack.

Esa misma noche era año nuevo. Es decir, la noche del Triple Plenilunio. Ashran, decidido atacar el bosque de Awa y la fortaleza de Nurgon y envía a todos sus shek y szishs a luchar. En esa fortaleza se había reunido todos los rebeldes: Alsan, un grupo de caballeros de Nurgon, los Nuevos Dragones, Kimara (que se había echo una hábil piloto de dragones artificiales), Allegra con los bárbaros, y todos los silfos y hadas que había en el bosque y que habían echo crecer este al rededor de la fortaleza para protegerla con su escudo. Pero Ashran, aprovechando el Triple Plenilunio y la amplificación de su poder, le echo una especie de maldición a las lunas, de forma que su luz marchitara las flores que protegían el bosque de Awa. En unos minutos el escudo se desvaneció y los sheks atacaron. Pero el líder de todos los rebeldes, Alsan, debido al efecto de las tres lunas, se convirtió en una bestia sangrienta y completamente fuera de control, mucho mas terrorífica que la que lo dominaba cuando lo afectaba la Luna de la Tierra. Se perdió por el bosque matando a muchos, sean de un bando o de otro, entre ellos, a su propio hermano.

Cuando victoria llegó adonde estaban los dos muchachos retenidos, Ashran le dijo que eligiera a uno y la dejaría irse con él. Pero al otro se lo quedaría y lo mataría. Ella, incapaz de decidir, se sacrificó a si misma para salvar la vida de los otros dos. El mago la hizo transformarse en unicornio y luego le arrancó su cuerno para obtener la única cosa que los magos no podían hacer, entregar magia y crear nuevos hechiceros (que se hacía rozando el cuerno con alguien). En un ataque de furia, Jack, convertido en dragón, se liberó y arremetió contra el mago. Y Kirtash convertido en humano también.

En otra habitación luchaban a muerte los dos padres de la parte shek de Kirtash: Zeshak y la “amiga” de Jack.

Al final consiguen matar a Ashran y al hacerlo, liberan de su interior un espíritu, una sombra: el Séptimo dios, el dios oscuro. Una vez liberado, se mete en el cuerpo de Gerde, que está oculto. La posee y la resucita, y vuelve al mundo como una diosa en el cuerpo de una mujer. Aunque esto último nadie lo sabe.

Por el otro lado, Nurgon ya ha sido completamente tomada por los sheks y los szishs y los supervivientes se retiran al bosque, buscando refugio entre los árboles. Kimara lucha desde el aire, pilotando un dragón, pero un puñado de ellos no pueden hacer nada contra cientos de sheks. La batalla esta perdida. Allegra, oculta en un árbol junto con otro mago, Quaydar, decide hacer un hechizo conjugado con el del otro mago, para hacer arder el cielo, extendiendo unas enormes lenguas de fuego por el aire, en todas direcciones. Al hacerlo, la magia que emplean la mata. El sacrificio de su vida se llevo también a más de cuatrocientos sheks. Tras esto, los sheks se retiran.

Los supervivientes se reúnen en la torre de hechicería celebrando la muerte de Ashran y la derrota de los sheks, aunque muchos sobrevivieron y se dispersaron. Victoria había caído en una especie de coma tras la perdida de su cuerno y necesitó casi cinco meses para que le volviera a crecer y su parte unicornio no muriera. Durante ese tiempo, Gerde había reunido a los szishs y a los sheks (y con el cuerno que Ashran tenía fue creando más magos) y se preparaban para exiliarse de este mundo e ir a la tierra y conquistarla poco a poco. Yaren es ahora la mano derecha de la hechicera y en una ocasión, por venganza, intenta asesinar a Victoria mientras ella esta convaleciente, pero el shek lo hace huir.

Kirtash se había ido de nuevo al norte para recuperar su parte shek que una vez mas había menguado.

Shail viajó siguiéndole la pista a Alsan, desaparecido tras la batalla y llego también al norte. Allí fue testigo, junto con Kirtash e Ydeon (el gigante forjador de espadas hizo una pierna de metal pasa Shail y con magia le dieron “vida” al igual que hacían con los dragones), de unos violentos temblores de tierra, que asociaron con el dios de la roca. Un dios había bajado a la tierra en busca del Séptimo. Pero no bajó solo. Poco a poco se fueron representando los distintos dioses, seres inmateriales que venían de un universo inmaterial y que no tenían forma, pero alteraban brutalmente los elementos que ellos mismos habían compuesto. El problema era que los mortales son insignificantes para ellos y les daba igual matarlos (sobretodo teniendo la posibilidad de crear un mundo nuevo sin ningún esfuerzo).

Poco después, un huracán arrasó parte del continente y las tierras de los celestes, una enorme bola de fuego, como un sol en miniatura, derretía las arenas del desierto de los yan, una gigantesca ola destrozó las ciudades costeras y el reino oceánico, hogar de los varu, los bosques de las hadas y los silfos empezaron a crecer a velocidad desmesurada, los árboles brotaban casi al instante, por culpa de la diosa de la vida y una luz tan cegadora que derretía las pupilas, se aposentó sobre los reinos humanos.

Cuando Victoria mejoro, se fue con Kirtash a la Tierra, lejos de los dioses. Ella, como unicornio que era, absorbía la magia del medio. Y cuando los dioses, que son pura energía, están presentes, ella se sobrecargaba de magia, hasta el punto de poder explotar. Una situación muy grave para alguien en un estado tan débil. El shek, en cambio, estaba siguiendo las órdenes de Gerde (pero estaba encantado con que Victoria se fuese con él). En esta ocasión, su parte shek la obedecía por ser su diosa, su parte humana, por ser una mujer capaz de controlar a los hombres con sus coqueterías, así que no le quedaba más remedio que obedecerla.

Mientras, Jack se había quedado en Idhún para intentar hacer algo y ayudar en lo que pudiera, que no era otra cosa que adelantarse a los dioses y dar la alarma para que evacuaran las ciudades. (También ayudó a Shail a hacer entrar en razón a Alsan para que volviera cuando el mago dio con él.)

Los Seis sabían que el Séptimo estaba oculto en un cuerpo, pero no sabían cual. Si daban con él, la batalla entre los Siete sería tan brutal que arrasarían el planeta entero. Kirtash sabía esto, o lo intuía, por eso se fue con Gerde, para protegerla y para apremiarla a que se fuera a la Tierra. Aunque luego le propuso un plan mejor: que ella misma creara un mundo nuevo para ella y los sheks.

La mayoría (Alsan, Quaydar, la Madre de la Iglesia…) veía esto como una traición y no aprobaban la relación que éste mantenía con Victoria. La presionaban constantemente y a Jack lo volvían loco diciéndole que el shek había cautivado a Victoria y la estaba volviendo contra ellos. Además, lo que pensaban era que debían ayudar a los Dioses a descubrir el paradero de Gerde y proporcionarles la identidad del Séptimo, para que lo destruyeran. Tal vez, a cambio volvieran a traer a los dragones y a los unicornios, pues sin éstos últimos, la magia está condenada.

Mas tarde, Kirtash y Victoria volvieron a Idhún, él junto a Gerde y ella junto a Jack. Su relación con ambos muchachos había aumentado en seriedad. Hasta el punto de que se había quedado embarazada. Pero no sabía de cual. Tanto la unicornio como el dragón estaban de acuerdo con el shek en proteger a Gerde y cubrirle la retirada. Los demás (excepto Shail, que era el único que creía un poco a Kirtash), al oír su teoría, prácticamente los tacharon de traidores. Alsan, ya coronado como Rey de Vanissar incluso llegó a encadenar a Victoria, aun en un estado muy adelantado del embarazo. Lo hizo por varios motivos: el primero, por traidora. El segundo, porque necesitaba el anillo que le regalo Kirtash tiempo atrás, para averiguar cómo comunicarse con los dioses.

Cuando lo descubrió, viajó, junto con otros dos personajes más: Gaedalu, Madre de la Iglesia y el Archimago Quaydar (dos personajes de relativa importancia a partir de la llegada del unicornio y el dragón a Idhún) hacia un Oráculo. Y del mismo modo que Ashran se hubo comunicado con el Séptimo justo antes de que lo poseyera, Alsan y sus acompañantes se comunicaron con los Seis. Tras descubrir su indiferencia hacia los mortales y su intención “pasar olímpicamente de ellos”, vieron el error que habían cometido. Pero ya era tarde, ya le habían dicho la identidad de Gerde y los Seis ya la habían localizado. Justo entonces aparecieron Jack y Victoria, con intención de evitar lo que ya había pasado.

El shek y el dragón habían sacado al unicornio del calabozo y, ella, tras contarle lo que iba a hacer el rey, Kirtash corrió junto a Gerde para ayudarla a empezar el exilio y Jack había volado (en forma de dragón) con la chica en su lomo, en dirección al Oráculo. Alsan fue el único que pudo reaccionar. Por fin había entrado en razón y quiso acompañar a la pareja a cubrir la retirada de los sheks y ayudar en lo posible para enmendar su error.

Para cuando llegaron, Kirtash estaba agrandando el portal mágico para que cupieran los sheks. Sentían como los dioses estaban cada vez mas cerca y ya casi los tenían encima. Por otro lado, Alsan había ordenado el ataque contra la base shek tiempo atrás, y el día de la batalla era hoy y cientos de dragones artificiales volaban hacia ellos. Yandrak, cargando con los otros dos, se interpuso entre los dos ejércitos, pero no le hicieron caso. La batalla empezó. Los sheks que conseguían contener su odio, cruzaban el portal. Los que no, luchaban y morían, o bien por los dragones (artificiales pero igualmente efectivos) o por los dioses. Algunos ya habían llegado. Gerde estaba junto al portal. Sería la última en cruzar. Junto a ella estaba Assher, un szishs que sería su sustituto en ser la encarnación del Séptimo (aunque el joven szish aún no lo sabía). Llegaron todos los dioses y mediante luz mataron a Gerde. Una sombra brotó entonces de la nada, enfrentándose a los elementos de los Seis. Éstos, lucharon contra el Séptimo y lo intentaban encerrar en una prisión, como ya habían hecho antes. Pero ya nadie cuidaba de la puerta, que se hacía cada vez más pequeña. Alsan, sin pensárselo dos veces, salio corriendo hacia la puerta, clavó Sumlaris, su espada mágica, en la puerta y con su energía la mantuvo abierta mientras los sheks terminaban de pasar. Entonces Assher, enamorado como estaba de Gerde y leal a ella, se suicidó con la espada de Kirtash y tras morir, su cuerpo fue poseído por el Séptimo. Volvió a la vida y cruzó la puerta tras el último shek, despidiéndose levemente de Alsan. Cuando pasó, El Rey de Vanissar sacó la espada de la puerta y esta se cerró, justo cuando la furia de los Dioses caía sobre él y el portal cerrado. Victoria, sobrecarga de de la energía de los Siete, creó un escudo alrededor del sus amigos. Saturada de magia, su escudo aguantó la arremetida de los seis Dioses, que enseguida volvieron a su plano astral, para seguir buscando al Séptimo. Pero a la muchacha no le dio tiempo de extender el escudo hasta Alsan y el rey murió.

El niño de Victoria nació poco antes del funeral de Alsan y resultó ser hijo de Jack. Pero la muchacha seguía enamorada de los dos. No podría vivir sin uno de ellos y ambos lo comprendían. Hicieron un esfuerzo titánico para llevarse bien y no intentar matarse mutuamente (como les impulsaba a hacer el instinto y el odio). Se fueron a vivir los cuatro a una zona tranquila y pacífica. Kirtash, como siempre, se iba. Pero siempre volvía.

El sucesor del trono, que era el segundo al mando de Alsan, no se creyó la historia de los dioses y del exilio de los sheks. Decían que las serpientes estaban ocultas en alguna parte. Y que Kirtash era el culpable de todo. Al final, el shek decide irse a la Tierra, para que dejaran de perseguirlo y porque se sentía horriblemente solo y el la Tierra había un pequeño grupo de sheks que su dios no se había llevado. Aun así, seguía amando a Victoria. Antes de irse la dejó embarazada y él no lo sabía. Cuando se corrió la voz de que la muchacha había tenido un hijo con el shek, fueron a por el bebé y a por la familia entera. Y ellos huyeron hacia la Tierra, donde Kirtash los esperaba. Y así volvieron a su antiguo hogar.

Brutal. Espero que hayáis disfrutado leyendo esto, como yo escribiéndolo. Si se os ha hecho un poco largo, lo siento. He hecho todo lo que he podido y he omitido muchas cosas, pero no he podido resumirlo mas (demasiado que he metido 2000 páginas en 8).

Sin más preámbulos me despido hasta la próxima, que o bien será otro resumen del siguiente libro que me lea, o bien será el primer capítulo de la nueva serie: La Sabana.


Namárië!!

P.J.O.R.


PD: Siento haber tardado tanto pero me ha llevado más de lo que esperaba.

viernes, 24 de agosto de 2007

Regalo de Cumpleaños

¡Hola, Pedro! ¡¡¡FELICIDADES!!! ¡¡Cumples 19!! Bueno, pues eso. Que además de comprarte los acostumbrados regalos materiales entre todos, los Sergios y el Largo, quedamos en hacerte este regalito extra. Es un relato corto del cual tú eres el protagonista. Se titula: "Super Pedro Machote, una comedia romántica para toda la familia con sexo duro y crema". No preguntes. La hemos escrito por separado, cada uno una parte, las partes están separadas con unas bonitas cenefas de puntos, y a ver si distingues de quién es cada sección en esta miniaventura épica. Esperamos que te guste o que no tedisguste demasiado ya que la hemos hecho con toda nuestra buena intención. Hasta Luego.

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—Despierta, vas a llegar tarde. Te he dejado un gazpacho en la nevera, y dile a tu hermana que tenga cuidado con las llaves.
—Sí, mamá —dijo Pedro Sánchez, desperezándose perezosamente —Buaaaaaaaaaahhhh —dijo cuando ella se hubo marchado. Cómo le jodía tener que levantarse a las 8 de la mañana en verano.

Era un bonito día de Agosto. 22 de Agosto, para ser precisos, y quedaban dos días para que Pedro pudiera descansar unas horas y celebrar su 19 cumpleaños con sus grandes, geniales, inmejorables amigos. Pero de momento tenía que seguir estudiando, de modo que se dirigió a la parada de autobús de mala gana con la intención de machacarse la cabeza en la biblioteca durante toda la mañana.

Se puso la música en el discman para ver si se espabilaba un poco y podía empezar a estudiar bien despierto. Por ello eligió el "Ride The Lightning", el mejor disco de Heavy Metal, de la mejor banda de la historia de la música desde que un paleto inventara la guitarra al atar una cuerda a un trozo de madera.

Llevaba dos horas estudiando cuando la cicatriz empezó a picarle. Pedro tenía una cicatriz extremadamente rugosa en el codo, tanto que hacía verdadero daño a los que rozaba con ella sin querer. Sus padres siempre habían rehusado explicarle el modo en que se la hizo, y Pedro había
decidido, tras muchos intentos, no hacer más preguntas.
"Qué extraño", pensó. Nunca le había dolido de esa forma.

De camino a su casa tras haber estudiado 9 horas seguidas, un cono con bigote cortado por un plano le pidió la hora, mientras que una niña saltaba a la comba generando una superficie de revolución cuya sección cíclica tenía toda la pinta de ser la curva del peinado de Sirius Black cuando aparece en el fuego de la chimenea de la sala común de Gryffindor.
Sin duda, Pedro Sánchez iba camino de ser el mejor arquitecto-escritor de historias fantásticas del mundo. Y como era de esperar, también acabaría como una puta cabra.

Entró en su casa y se dispuso a prepararse el almuerzo a las siete de la tarde, no sin antes devorar un delicioso paquete de patatas Fran José. Sus gemidos de placer alertaron al vecino, un ser pinchudo llamado Pablito.
—¡Ya vale de ruidos, estoy intentando dormir la siesta de las siete de la tarde! —Pedro decidió hacerle caso, ya que Pablito era capaz de irrumpir en su casa para pincharle con sus pinchudos huesos.

Entonces ocurrió algo. Una lechuza entró por la ventana cantando "Stairway To Heaven" de Led Zeppelin. La visión fue tan celestial que Pedro empezó a rezar a Joe Satriani, nuestro Dios Absoluto ahora y en la eternidad.

Oh, mi Joe Satriani, con una nota tu podrías

descongelar los dos Polos.
Dame consejo en este celestial momento
y nunca más jugaré a los bolos.

La lechuza dejó una carta sobre la mesa y se marchó volando. Pedro se abalanzó sobre ella y, abriéndola, le leyó para sí.

Ave Pedro.
Somos los humildes ministros del país Pedro Sánchez. Hace años que tu padre, Pedro Sánchez, te envió a vivir con unos amables señores que te quisieron adoptar, con la condición de que te instruyeran en el noble arte de la Arquitectura y que, cuando cumplieras los 19 años de edad, regresaras a tu país natal para levantar nuestra decadente civilización de su ruina. Ahora que la fecha se acerca, el país Pedro Sánchez debe pasar a manos de Pedro Sánchez Junior, o sea, tú.
Te rogamos que nos deleites con tu presencia lo antes posible para que podamos venerarte como a un Dios.

Muchos besitos y abrazos

Ministerio de Pedro Sánchez.

-¿Pero qué debo hacer? – se preguntaba Pedro una y otra vez. Lo mejor será que me eche ya a dormir que mañana me tengo que despertarme a las 4:45 AM para estudiar. Aprovecharé y le preguntaré a mamá en el desayuno.

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Y Pedro se levantó a las 11:00 AM. Era el día 23 de agosto, un día para su 19 cumpleaños y aún no sabía nada de ese país que tenía que gobernar. Nada más entrar en la cocina le preguntó a su madre:
—Mamá, ¿soy adoptado?
—Supongo que ya te ha llegado la carta. No quería que llegase este momento, pero es inevitable que...
—Pero, ¿qué es eso de que tengo que gobernar un país, mi país? ¿Y qué tiene todo esto que ver con mi cicatriz?
—Oh, bueno, supongo que ya debes saber la verdad. Tu padre era un revolucionario y se casó con una señorita de su edad. Te tuvieron a ti en el punto más sangriento de la revolución y atacaron la choza en que naciste. Tu padre, como un héroe, salió corriendo contigo en brazos, y una esquirla metálica te rozó el codo. De ahí la cicatriz rasposa. Pero tu madre murió atravesada por miles de balas, desangrada en un enorme charco de barro...
—Entonces es cierto... Debo partir hacia el país de Pedro Sánchez inmediatamente.
—Sí, un Jaberwocky te espera a la orilla del mar para llevarte volando. Será mejor que te lleves un bocadillo. ¿De qué lo quieres?
—¡¡¡De chopped pork!!!

Y Pedro salió corriendo hacia la orilla del mar. El viaje en Jaberwocky se hizo corto ya que cogió su disco preferido, el Word of Mouth de Jaco Pastorius. Además el país de Pedro Sánchez es un lugar mágico al que se llega sólo deseándolo, no existe el cerca o lejos, y Pedro tenía muchas ganas de llegar.

Al aterrizar en el Jabpuerto, lo recibieron los ministros:
—Salve, Gran Pedro, nosotros lo adoramos y lo cubrimos con oro.

Y efectivamente eso hicieron. Pedro se sacudió el oro como pudo y preguntó:
—¿Y dónde están los súbditos a los que debo gobernar?

Los ministros le explicaron que por precaución no habían querido anunciar su llegada por si alguien intentaba hacerle algo. Pedro lo comprendió enseguida. También le explicaron que era mejor que se anunciase el mismo día 24 para que así no hubiese problemas.
—¿Qué problemas podría haber? —pensó Pedro, pero no dijo nada.

Al día siguiente salió al balcón a anunciar su llegada. El pueblo lo recibió con una ovación: había gente gritando como loca, chicas sin camisetas, y... Pedro se echó al suelo justo a tiempo. Una manzana le pasó rozando la cabeza. Inmediatamente apresaron al culpable y lo llevaron ante Pedro. Los ministros gritaron:
—¡¡¡Mátalo!!!¡¡¡MÁTALO!!!
—Pero si yo sólo quería entregarle mis mejores manzanas a Pedro, no he hecho nada malo.
—¡Mientes! ¡Intentaste asesinarlo con esa manzana!
—No, no, no...

Pedro llamó a los ministros a una habitación aparte y les dijo que confiaba en la historia del hombre. Pero los ministros estaban ABSOLUTAMENTE SEGUROS y RECORDABAN PERFECTAMENTE que el hombre era un asesino que se les había escapado. Pero Pedro no quería matarlo. Entonces los ministros dijeron:
—Te daremos un paquete de Fran José si lo matas.
—Soy el que más manda aquí, puedo tener tantos paquetes como quiera.
—Pero tenemos un problema de distribución y sólo nosotros, los MMM (Ministros Malísimos de la Muerte) podemos conseguirlos.

La mente de Pedro comenzó a debatirse, no sabía qué hacer. Entonces, por unos instantes, su mente se partió en dos: se encontró de repente en una habitación con unas pequeñas neuronas de axiones hermosos que le decían
—Mata a ese hombre, a ti ni siquiera te gustan las manzanas, a ti te gustan las patatas y por lo visto va a ser difícil conseguirlas. Sólo es un hombre, hay muchísimos más en el país de Pedro Sánchez.
Sin embargo, otro grupo de células de Schwann, más feúchas, le decían desde un rincón:
—No está bien, tu padre murió por un país en el que hubiese justicia, no quería que su hijo fuese un asesino.

Pero Pedro sucumbió. Mandó matar al hombre y se comió las patatas mojándolas en la sangre derramada mientras se reía sádicamente y escuchaba el grupo más oscuro y malévolo de la historia: Cannibal Corpse.

Estaba tan ofuscado por el poder, el acceso libre a las patatas y el no tener que estudiar en verano que llegó incluso a jugar a los bolos con los ministros, a pesar de su promesa a Joe Satriani (su subdios, ya que por encima estaban los Beatles desde que hicieran el Revolver) de no hacerlo nunca más.

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Y así pasó el tiempo y Pedro Sánchez vivió gran cantidad de aventuras en las cuales se dio cuenta de que realmente el heavy metal le estaba llevando por el mal camino y decidió no volver a escuchar nunca más nada que tuviera distorsión. Se apartó durante una época del mundo público encerrándose en un cuarto que se sostenía sobre una columna salomónica gigante a 5000 metros de altura, sobre las montañas y sobre todo el país de Pedro Sánchez, donde sus habitantes, los pedrosanchecinos, vivían tan bien que se inventaban a unos enemigos contra los que luchar y a los que odiar.
En esta habitación Pedro Sánchez se dedicó a la meditación y a escuchar a Jeff Buckley para entrar en trance y así contactar con los dioses, que le contaban los secretos del universo.

Un día, desde el suronorte, llegó la misma lechuza que aquel 24 de Agosto le había llevado la grata noticia para llevarle ahora una noticia horrible. Ponía lo siguiente:

En nombre de nuestra patria Poorpooland, y de todos los poorpoolandianos, os damos a vos, Sir Pedro Sánchez, la oportunidad de huir de Pedro Sánchez antes de que ataquemos vuestro país con nuestras horribles armas de destrucción medievales. Esto es un ultimátum improrrogable.
La respuesta debe llegar antes de la puesta de sol del último día del último mes del antepenúltimo año de la década del salchichón.
Oséase, mañana.

Gracias por leer.

J.R.R.G.

Pedro leyó esto con horror y se desmayó. Dos horas después, cuando notó que alguien se le estaba cagando encima abrió los ojos y vio a la blanca lechuza sonriendo sobre su pecho, donde descansaba un montoncito de bonitas blancas defecaciones. Pedro se levantó sobresaltado, pisó la cabeza de la lechuza, a la que no le pasó nada, y se sentó en su mesa, sacó un buen rollo de pergamino rosa perfumado y escribió con un lápiz H2B con bonita caligrafía:

Aquí permaneceré para luchar, valiente como mi cobarde padre.

Ciaito!

Enrolló el pergamino, lo ató a la pata de la lechuza y, tras darle un par de Fran Josés rancias la tiró por la ventana para que llegara a Poorpooland.
Pedro Sánchez saltó desde la casa y se deslizó en espiral por el fuste retorcido de la columna hasta llegar al sólido suelo de Pedro Sánchez, donde los habitantes, que se habían enterado de la amenaza, lo alabaron por quedarse con ellos.
Pedro convocó a todos los jaberwockys y tilacinos del país para que ayudaran en la guerra, mandó lechuzas a todos los amigos del mundo y, en media hora, tenía el ejército preparado y bendecido por Atenea y todos los dioses de la guerra que quisieron hacer algo.

A lo lejos se los oía llegar, un montón de poorpoolandianos arrastrando los pies y las armas. Uno de cada cinco cargaba con un darbuka y lo aporreaba sin compasión, sacándole el metálico sonido de percusión al mágico artefacto que marcaba el ritmo del paso del vago ejército. El sonido hizo que muchos de los pedrosanchecinos dejaran sus puestos y se pusieran a bailar capoeira sin descanso y a toda velocidad, pues el sonido cada vez iba más rápido, descontrolados, sin poder sobre sus cuerpos, bailando y saltando hasta que los pies comenzaron a sangrar y los resbalones se sucedieron por todo el batallón.

Pedro Sánchez tenía más miedo que un angango en una biblioteca y sudaba tanto que parecía que se estaba derritiendo. Las palmas de las manos mojadas, los ojos enrojecidos por los nervios, los pelos húmedos pegados a la frente y la nuca y ese dolor punzante en el codo… pensó que el dolor de la cicatriz era debido a que se acercaba su enemigo pero, cuando miró el brazo que le dolía, se dio cuenta de que era Pablito el causante al estar clavándole el esternón. Pablo permanecía arrodillado a su lado, subido a un trineo con ruedas con el que se deslizaría entre los enemigos pinchándoles en las piernas y partes sensibles con sus extremidades huesudas.
—Me alegro de que estés aquí conmigo —farfulló Pedro Sánchez.
Pablo, por toda respuesta, chasqueó un par de veces la lengua y sonrió como si estuviera loco.
Realmente Pedro Sánchez se alegraba de que estuvieran allí todos sus amigos raros… Action Boy, Bernie Wells, Fucaco, Virginia Woolf con los bolsillos de la bata llenos de piedras, el Presidente de los EE.UU. conduciendo un tanque, Topito Pérez, que iba desnudo porque se había depilado todo el cuerpo y embadurnado en aceite para escurrirse entre los enemigos y que nunca lo pillaran, Mickey el Gordo, Erestör Fefalas, Rokete, Gorge el de los ogjos rogjos, Nicolás Saizer, etc…

Llegó el otro ejército y comenzó la lucha. Todos peleaban aquí y allá con lo que pillaran.
Pablito se deslizaba de un lado a otro con los codos en punta pinchando a todo el que se le acercaba, fuera de un bando o de otro, chasqueando la lengua y riéndose, Action Boy rugía y disparaba con el cañón-trípode, Mickey el Gordo comía a gente y soltaba flatulencias nucleares. Rokete bailaba capoeira mientras tocaba la guitarra a lo bestia, haciendo saltar las cuerdas contra sus enemigos, Fucaco corría por ahí electrocutando a las hordas enemigas y, en el centro del campo de batalla, Pedro Sánchez, esperaba con hombría a J.R.R.G., que se acercaba portando un ventolín del tamaño de su brazo.

—¡No vas a ganar esta guerra! —gritó Pedro Sánchez, haciendo que todo el mundo parara de combatir para mirar la escena.
—¡Me da igual, yo solo quiero matarte a ti! —respondió J.R.R.G.
—No lo conseguirás —entonces Pedro se armó de valor, se quitó el casco de la armadura y saltó hacia J.R.R.G., que en ese momento apretaba el pulsador del ventolín y le mandaba una descarga de placebo puro que le hacía caer y caer y caer y caer y caer y caer y caer y caer y…

Pedro gritó y se despertó. Estaba en la biblioteca, sentado, estudiando. La gente lo miraba, pero de una manera extraña. Sí. Sólo había tías en la biblioteca, tías buenas que estudiaban en ropa interior y que le sonreían. Pedro se levantó y todas fueron hacia él rápidamente, se le echaron encima, derrumbándolo, rasgándole la ropa y unas manos que le subían por el pecho y… de repente alguien le estaba dando de hostias, ¿qué coño pasaba allí?

Pedro gritó y se despertó. Estaba en su cama, en calzoncillos. Aún era de noche. La ventana estaba abierta y por ella entraba una brisa agradable. No había ruidos. Miró el reloj. Eran las tres de la mañana y eso le puso contento, todavía tenía tiempo para dormir mucho, al día siguiente no tenía que ir a la biblioteca, nunca más, ya no tenía que estudiar…

Pedro gritó y se despertó. El móvil sonaba. Estaba en su casa, en calzoncillos, en la cama. Aún era de noche. El móvil seguía sonando. Lo cogió y apretó el botón verde.
—¿Diga?
—¿Es usted Pedro Sánchez?
—Sí.
—Pues acaba de ganar un billón de euros.

Pedro gritó y se despertó. Estaba en una tumbaca, tomando absenta de color azul eléctrico en la orilla de una playa de arena blanca y aguas transparentes. A su alrededor, sus amigos disfrutaban igual que él del paisaje y del billón de euros que le había tocado a Pedro al cumplir los diecinueve años… Todo era perfecto. Lo que Pedro no sabía era que esa noche le matarían para quedarse con su fortuna. Así que, por lo pronto, todo iba bien.


S.S.M.//S.R.M.//J.R.R.G.


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miércoles, 22 de agosto de 2007

El Faro -- Capítulo 4

07:00 A.M.
15 de enero de 2011


No era casualidad que Mel viajara en aquel barco pesquero. Se había embarcado hacía mes y medio para terminar su formación, o al menos eso ponía en la ficha que había entregado al capitán. En su currículum constaba la licenciatura de biología, especialidad zoología marina. En aquellos momentos se disponía a sacarse el doctorado, acerca de los movimientos migratorios de los animales, ya extintos, obviamente. La observación directa del lugar por donde éstos habían viajado era crucial para la investigación. El viaje de Mel, o el estudiante, tal y como le llamaban en el barco, terminaba en Boston. La forma en la que él viajaba no era totalmente legal; pero casi siempre las autoridades portuarias hacían la vista gorda a los asuntos de inmigración ilegal, a cambio de una ligera comisión que solía proporcionarle el gremio de pescadores. Aún así, el traspaso de personas a través del mar se hacía de una forma muy discreta, reduciéndose a un grupo muy selecto. Personas como estudiantes y trabajadores, con una ficha debidamente justificada, en la cual siempre debía fijar la posibilidad de ayudar en las labores del pesquero.
Mel llevaba ya unos minutos despierto en su litera, pero aún seguía esperando a que alguien del turno anterior le obligase a levantarse. Entre las sombras, y desde la litera superior, vio el perfil de Yunk, respirando fuertemente. Eran los únicos que se encontraban en el camarote, ya que Rob y Sally tenían turno de noche. Sigilosamente palpó por debajo de su almohada, y comprobó que lo que debía estar ahí seguía aún en su sitio. Sintió la textura de papel viejo y quebradizo entre sus dedos. Se trataba de un recorte de periódico publicado el 4 de febrero de 1991. Un ruido de pasos en la puerta le hizo dar un respingo. Dos personas entraron entre las sombras, hasta que uno de ellos apartó la cortina que tapaba el ventanuco, dejando pasar la luz.
—Vamos, es la hora —exclamó Rob, uno de los que habían entrado.
—Levantaos, que el capitán ya lleva en cabina desde hace una hora —dijo Sally.
Rob y Sally se encargaban del puesto de vigía de noche. Rob llevaba cinco años en aquel barco, y nunca le habían encargado otra tarea. Siempre pensó que al ser nuevo, le habían tomado como el pardillo de turno, colocándolo en ese puesto, en el que anteriormente, a regañadientes, había estado Jeanman, un tripulante ya veterano. La cosa es que, aunque todos pensaran que ese era el trabajo más pesado y aburrido del barco, a él le fascinaba. Y más aún desde que en aquel viaje, le hubiesen puesto como ayudante a la nueva del barco, Sally. El capitán había advertido a sus hombres desde el principio, amenazando castigar severamente a cualquiera que no tuviese un comportamiento adecuado con la nueva tripulante. De todas formas, todos los hombres parecían hipnotizados con la presencia de aquella mujer de rasgos sicilianos. Nada más subir al barco, los pescadores habían hecho apuestas por quién era el primero que se la llevaba a la cama. Aunque a estas alturas, a mes y medio de haber embarcado, ya nadie hacía esas apuestas, pues todos sabían que ya no tenían posibilidad.
—¿Qué tal la noche? —murmuró una nueva voz de alguien entró por la puerta.
Era Simón. Y no se había dirigido a ninguno de los hombres de la habitación. Mel pudo ver perfectamente como Simón se acercaba a Sally y la besaba, también vio como los dos se metían juntos en la misma cama. Aunque hizo todo lo posible para disimular, al igual que los demás. Yunk se levantó como un autómata hacia el comedor, sin volver la cabeza. Mel le siguió, por delante de Rob, el cual se había quedado atrás un mísero segundo, como diciendo: “Tengo sueño”. Pero ante una mirada de odio lanzada por Simón desde la cama, rectificó y anduvo por el estrecho pasillo hacia el comedor. Simón era, para Mel, una de las personas más odiosas que había conocido. Entre los pescadores, siempre era respetado o, quizás sería más acertado, temido. Solamente algunos de los que llevaban más tiempo, como Joan, cuestionaba ciertos puntos de su conducta. El mismo capitán solía doblegarse en ocasiones a lo que él dijese. El capitán sí que era buena persona; desde donde se encontraba, Mel pudo ver al capitán en la cabina de mandos. Estaba más solitario y triste que nunca, por alguna razón, que Mel no conocía.
—¿Qué tal el capitán? —preguntó Mel a Rob.
—Igual que ayer —contestó—, Dios sabe lo que pasa por la cabeza de ese hombre.
Mel se echó en la taza el café que había preparado Jeanman minutos antes, el cual sabía a agua de mar. Joan se sentó junto a él y le dijo que el capitán quería que fuera lo antes posible a la cabina de mandos. Con el café aún en las manos, Mel se encaminó rápidamente hacia allí.
—Buenos días, capitán —dijo Mel de forma firme, al entrar por la puerta.
—Buenos días, estudiante —respondió en un susurro.
—¿Quería usted algo?
No contestó enseguida, volvió la cabeza hacia él, con mirada perdida, y posteriormente sonrió levemente.
—Quería preguntarte si serías capaz de ayudarme con cartas de navegación, por si lo necesito, llegado el momento.
—Por supuesto —dijo Mel sin comprender demasiado— Pero, ¿para qué las necesita?
—No debería contarte esto, no creo que le hiciera gracia... —el capitán volvió a pararse momentáneamente; Mel sabía perfectamente que la frase terminaba “a Simón”—. La cosa es que es posible que nos desviemos ligeramente de rumbo por unas dos o tres semanas, tiempo en el habrá que prescindir del satélite y del rádar. Por eso necesito una mano con los mapas, ¿entendido, estudiante?
—Sí —contestó—. Perdone, ¿puedo preguntarle por qué...?
—Claro —respondió con una repentina sonrisa, algo forzada—, hay más pesca por aquellas zonas. Y a veces hay que salirse de la legalidad para comer.
—Hola.
Simón acababa de entrar en la cabina y lanzaba a Mel una mirada con el entrecejo fruncido.
—Hay que echar ya la boya —añadió Simón, mirando al capitán.
—Sí, vamos, paro los motores.
—¿Cómo lo llevas? —le preguntó Simón en un susurro apenas audible, y con un tono extrañamente afectuoso.

Diez minutos después, Joan y Val sostenían entre los dos una pesada boya. Tenía en la parte superior una estructura de metal parecida a una pequeña antena de radio. Mel supuso para lo que servía, lo había oído más de una vez. Era consciente de que si el barco navegaba por aguas no permitidas a la pesca, había que apagar el radar y el GPS para evitar que las autoridades pillasen la señal. Por eso el capitán le había dicho antes que necesitarían privarse de aquello que fuese a delatarles. Por otra parte, los pescadores que frecuentaban estas prácticas solían abandonar boyas especiales en algún lugar de la ruta; a partir de ahí, la antena de la boya enviaba una señal al satélite, exactamente igual a la del barco, haciendo que el sistema de alarma marítimo no saltara por la posible pérdida de un barco.
Joan se aseguró de que la boya estuviera bien anclada en el fondo, antes de lanzarla al agua.
—A ver si con esto conseguimos al menos llegar a los cincuenta —exclamó Joan.
Cincuenta kilogramos era lo máximo que un barco pesquero medio, en plena temporada, podía capturar en un día. Y eso teniendo en cuenta que la mayoría de las veces la mitad del pescado estaba contaminado. De ahí que la pieza de pescado se vendiera a precio de oro; sin embargo, no era suficiente, había demasiados pescadores para una tarea que producía muy poco. La guerra había causado muchísimos estragos. Eso le hizo a Mel pensar en la vieja noticia de periódico. Con la aparición de Simón en el cuarto no había sido capaz de guardársela consigo, por miedo a que la viera, dejándola bajo la almohada. En un momento de distracción, estando todos pendientes de la boya, Mel se deslizó hacia el interior.

Sally estaba en el dormitorio, lo cual habría sido normal, de no ser porque no estaba dormida. Mel la miró asombrado, sin poder creer lo que veían sus ojos. La mujer se hallaba de pie, con el cuerpo vuelto hacia la cama del estudiante y, en la mano, sostenía el recorte de periódico. Alertada por aquella llegada imprevista, había vuelto la cabeza hacia la puerta, pero no le había dado tiempo de nada más.
—¿Se puede saber por qué miras donde no te importa? —dijo Mel, intentando disimular con furia el miedo que recorría su cuerpo.
—Estudiante...—comenzó ella.
—¡Cállate, joder! —la exclamación de Mel hizo que Rob se revolviera en su cama. Pero no se despertó, descansaba como un lirón.
—...Lo he leído.
—Bueno, ¿y qué? —dijo Mel alzando la voz, con un tono de insolencia—, ¿se lo vas a decir a él?
—Hablemos fuera —atajó de manera concisa, mientras señalaba con su mirada a Rob.
—¿Quieres que te incluyan en su grupo, verdad?¿Por eso me vas a delatar, putita?
Aunque en un principio pareció no haberse ofendido, tras unos segundos, y con una rapidez profesional, Sally sacó un arma y apuntó con ella al estudiante.
—He dicho que fuera —dijo en un susurro—, y como grites —añadió, viéndole las intenciones—, te juro que te mato aunque sea delante de Rob.
Mel salió andando hacia atrás sin quitarle los ojos de encima a Sally y a su arma. Sally cerró la puerta tras ella. Afortunadamente, Rob no se había despertado y tampoco había nadie en el pasillo; pero no podía correr riesgos. Agarró a Mel por el cuello de la camisa y lo empujó al cuarto de baño. Aun en la estrechez, o quizás con más razón, Sally no despegó la pistola cargada de la sien de Mel.
—Escúchame con atención y cállate un minuto, ¿entendido? —dijo en voz baja—. No soy quien tú crees, no estoy aquí por el trabajo, no estoy por placer y tampoco estoy para que me incluyan en su grupo.
—¿Entonces que coño quieres? —preguntó Mel, sin importarle el haberle interrumpido.
—Creo que lo mismo que tú.
—¿Y cómo sabes lo que quiero?
—Soy policía —aclaró, ante la sorpresa de Mel—, llevo observándote semanas.
—¿Policía? —murmuró, sin poder creérselo. Mel se preguntó si ella estaría allí por asuntos de pesca ilegal.
—Sí —afirmó, con una sonrisa en la comisura de la boca—. Te preguntarás que cómo estoy enterada de lo que se está llevando a cabo.
Mel asintió con la cabeza. Sally, al ver que el joven se había tranquilizado, bajó el arma. Y comenzó su historia. Contando cómo había llegado hasta aquel barco. Alrededor de un año atrás la central recibió la llamada de un viejo pescador que había captado una inquietante señal de radio. En aquel momento nadie hizo caso, pues el servicio estaba saturado con otros asuntos de gravedad más inmediata. Sin embargo, un compañero de Sally, un novato salido de la academia cinco meses antes, se interesó por el caso y lo investigó en lo que le quedaba de tiempo libre. Fue a hablar con el viejo mercante que recibió el mensaje radar. Cada uno de los aspectos de la información que le dio no hacía perder el interés; desde el mismo cuerpo del mensaje hasta la persona que lo había enviado y desde dónde. El viejo se hallaba totalmente seguro de que la señal provenía de un lugar abandonado en algún lugar de Terranova, ajeno a la civilización humana durante décadas. También declaró que el mensaje poseía la voz de una niña.
—¿Una niña? —interrumpió Mel.
—Sí, es algo poco creíble, lo sé. Pero mi compañero se empeñó en seguir investigando. Poco a poco se dio cuenta de que el asunto era más turbio de lo que parecía. Era peligroso, en plena guerra, hacer determinadas acusaciones, y él lo sabía. Por eso comunicó conmigo, al parecer era en la única persona de la autoridad en la que confiaba; pero no me quiso decir todo. Solamente lo de aquella niña, ni siquiera el mensaje de ésta.
—Pero te dijo sus sospechas, ¿no?
—Claro. Oro gris.
Un escalofrío le sobrevino a Mel por la espalda. Estaba claro lo que Sally quería hacer.
—Quiero llegar al final de todo —confirmó Sally—, no quiero quedarme sólo en esta simple chusma, quiero saber quiénes están detrás. Quiero cazar a los peces gordos.
Mel frunció el ceño. No estaba seguro de que aquel símil que acababa de hacer fuese apropiado para la situación; además, para él, los que estaban a la sombra eran de la misma calaña, la misma chusma.
—¿Qué ocurrió con tu compañero? —preguntó, temiendo la respuesta.
—Desapareció de pronto; me juré a mí misma que tenía que terminar su trabajo.
—¿Y cómo puedo confiar en ti? —preguntó Mel.
—Te he contado todo lo que sé, eres tú el que aún no me has dicho la forma en que llegaste aquí.
—Yo no tengo por qué dar explicaciones: no te he apuntado con una pistola. Aunque —añadió, pensando que no correría mucho peligro si le contaba sólo parte de su historia, o al confirmarle lo que ella ya sabía—, te diré que encontré el recorte de periódico, y partir de ahí fui investigando.
—¿Por qué razón te interesaba el tema?
—Me repugna todo lo que tiene que ver con el oro gris. Pero, a todo esto, ¿qué piensas hacer tú para detenerlos?
—Aún no lo sé, tengo que entrar en la bodega y descubrir si lo tienen allí escondido.
—Pero la bodega está cerrada con un candado, sólo el capitán y Simón pueden entrar.
—He conseguido quitarle a Simón las llaves de la bodega, las tengo escondidas en lugar seguro —Sally respiró hondo, lo que había tenido que hacer para ganarse la confianza de Simón era realmente asqueroso. Había sido trabajo de día a día, desde el primer momento en que pisó el puerto de embarque.
—Pero él las echará en falta, ¿no crees?
—Por eso quiero ir cuanto antes, ahora mismo.


Eran las diez de la mañana y ya tenían controlado a todo el mundo. Cabrón y Yunk estaban en popa, preparando las redes; Rob, durmiendo; Jeanman en proa; Simón, el capitán y un marino viejo del que nadie sabía nunca pronunciar su nombre, estaban en la cabina de mandos; y por último, Joan, en la cocina. Era el momento. A través del comedor, bajaron a la parte inferior del barco, procurando no hacer ruido para que Joan, desde la cocina, no los oyera. Allí el movimiento del barco parecía mucho más palpable. El estrecho pasillo que ladeaba la despensa y la bodega simulaba una auténtica atracción de feria. Pasaron la primera puerta, la despensa. Después, la puerta cerrada con candado y con un cartel de prohibido, era la bodega.
—Bien, Mel —Sally sacó del bosillo una especie de botón y se lo introdujo en el oído; también sacó un chisme de unos cuatro centímetros y se lo dio a Mel—, esto tiene en el extremo un pulsador; si lo pulsas, enviarás una señal electromagnética muy débil al auricular que me he puesto en el oído, y así podré saber si viene gente sin que tú tengas que correr peligro. ¿Entendido?
—Sí, pero creo que debería de entrar yo—Mel sintió que aquello no era capaz de digerirlo tan rápido, hasta ahora siempre había estado sólo en eso.
—Ni hablar, vete al pie de la escalera y, si viene alguien, entretenle un poco para que me de tiempo de salir.
Una vez que Mel se había ido, Sally introdujo las llaves en la cerradura del candado y entró. Sally miró a su alrededor, una enorme caja de metal de casi dos metros de altura, se sostenía contra la pared, ocupando gran parte de la habitación. En un lado, junto a ésta, había una rejilla que comunicaba con la ventilación del barco y la sala de máquinas, en la popa del barco. Se abrió paso entre un motor viejo y decenas de utensilios de pesca, hasta alcanzar la puerta de la caja. No había manera de abrirla, necesitaba la combinación de la rueda giratoria. Miró el reloj, llevaba más de dos minutos en aquella sala y pensó que podría ser peligroso quedarse aún más. Ya tendría tiempo de pensar qué hacer con la caja, donde, con toda seguridad debía encontrarse lo que buscaba. Se disponía a salir justo cuando una alocada idea le pasó por la cabeza. Miró el motor del coche que descansaba en el suelo. Abrió con sumo cuidado el depósito de aceite...

Mientras tanto, Mel hizo lo que le había dicho la mujer, se dirigió al pie de la escalera. Se aseguró de que llevaba el pulsador bien disimulado en el puño y deseó no tener la necesidad de usarlo. Llevaba unos dos minutos sentado en los peldaños cuando un sonido del roce de algo con la pared le hizo volverse. Le dio tal sobresalto verla que estuvo a punto de pulsar el botón. La niña de ocho años con el traje azul le estaba mirando a los ojos.
—¿Tú? ¿Qué haces aquí? —preguntó sin dar crédito a lo que veía.
—Te van a descubrir.
Dicho esto se volvió hacia el pasillo y entró a la despensa con una rapidez increíble. Mel la siguió, entrando en un cuarto sumamente aprovechado, dividido por medio de congeladores y estantes repletos de alimentos. Buscó por todos los recovecos que fue encontrando sin éxito, la niña había vuelto a desaparecer como un ángel. De pronto, sintió un tremendo tirón en su estómago; un ruido de fuertes pisadas resonaron en el suelo del pasillo. Pudo oír claramente, al otro lado de la puerta de la despensa, la voz de Simón.
—¿Quién ha quitado el candado que cerraba la bodega?
Al no obtener contestación, entró. Si Mel se hubiese tirado en las frías aguas del océano Ártico, se habría sentido más caliente aún de lo que se sentía en aquel instante. No había avisado a Sally, es como si la hubiese traicionado...


La voz de Simón la alertó y Sally corrió hasta el fondo de la bodega, hacia la pequeña rejilla junto a la caja. Se metió como pudo por ella, dándole tiempo de ver, por un instante, la figura de Simón entrando por la puerta de la bodega. El ruido era intenso, sabía que ya se encontraba cerca del motor del barco. Ahora estaba en una cabina minúscula; y aunque no podía ver absolutamente nada debido a la falta de luz, supuso que allí estaba la refrigeración del barco. Tuvo que mantener la cabeza agachada para no chocarse con el bajo techo. Sintió que algo se le deslizaba del bolsillo, pero no tenía tiempo de buscarlo. En la oscuridad sintió el tacto de una puerta y la abrió sin comprobaciones. Apareció ante sí la sala del motor del barco, sitio donde el ruido ya era insoportable. Alcanzó la escalerilla de hierro vertical que llevaba a cubierta, con la esperanza de que nadie le viera al salir y pudiera tener la posibilidad de salvarse. Pero arriba ya la estaban esperando...


A hurtadillas, asegurándose de que ya nadie vigilaba la puerta de la bodega, Mel salió al estrecho pasillo y subió a cubierta. Una concentración de casi toda la tripulación en la zona de popa indicaba lo que con seguridad había ocurrido, y eso hacía aumentarle un sentimiento de culpa. Pudo comprobar que en el barullo no estaban ni Simón, ni el capitán, ni Sally. Minutos después Cabrón, ayudado por Yunk cuando se atascaba, contó lo sucedido. Al parecer, mientras aseguraban las redes de la pesca de la tarde, Simón había aparecido como una flecha desde la proa y había saltado sobre la trampilla de la sala de máquinas. De ahí sacó a Sally de un tirón del brazo, y la retuvo, dándole el tiempo justo a no acabar tiroteado por una pistola que la mujer guardaba en su chaqueta.
—Y menos mal que yo grité, ¡Simón! ¡Al suelo, tiene una pistola! —prosiguió Cabrón, fanfarroneando más que otra cosa.
Ahora mismo estaban en el camarote del capitán, situado junto a la cabina de mandos, discutiendo qué hacer con la chica. Si la mataban...


—La chica dice que tiró las llaves de la bodega por un desagüe, ¿tienes otras? —preguntó Simón al capitán, con el ritmo calmado.
Las cinco de la tarde, los motores del pesquero estaban parados y cinco tripulantes echaban las redes a popa, hablando, entre nudo y amarre, del extraño suceso que habían visto. Simón y el capitán discutían en la sala de mandos, más tranquilos que hacía unas horas. Aunque con la cabeza puesta en la habitación contigua, donde Sally se hallaba inconsciente tras un golpe propinado por Simón.
—Claro que sí, ya he mandado a Jeanman a que vuelva a cerrar la bodega. Simón, ¿y si no tiró las llaves al mar? ¿Y si las encuentra alguien? —preguntó el capitán con preocupación.
—Nada, le interrogaremos y le abandonaremos en el primer puerto por el que pasemos —respondió Simón.
—¿Ya está? ¿Y si descubre algo? ¿Nos delata?
—No creo, aunque si te sientes más tranquilo pondré dos nuevos candados más. De todas forma, es imposible que nadie sepa nada. Sally investigó a partir de las noticias antiguas, ninguna información útil. Pero ahora más que nunca hay que tener cuidado, no quiero que tengan motivos reales para llevarnos a la cárcel, no quiero muertos —concluyó—, no ahora que me quiero retirar, Horner, no después de lo tuyo.
—¿Entonces qué hacemos con la chica?
—Encerrarla en la caja. Cuando lleguemos a algún puerto, la acusaremos de suplantación de personalidad e intento de robo. Y cuando se descubra la verdad, estaremos muy lejos.
El silencio que prosiguió, indicaba que el capitán estaba de acuerdo con él; aunque también parecía que éste le estaba dando vueltas a otra cosa.
—Simón —murmuró el capitán Horner sin apenas mover los labios—. Por última vez, ¿estás seguro de que nadie ha podido enterarse de esto?
Horner inclinó la cabeza levemente, pero no la mirada, manteniéndola fija hacia Simón, inquisitiva. Dio la ligera impresión de que Simón dudaba en el momento justo antes de hablar, cuando realizó un movimiento nervioso de los labios.
—Seguro —dijo Simón tajante con un cierto deje desafiante. Lo había dicho tan convencido de sí mismo que el capitán rápidamente achacó el temblor a su enfermedad de parkinson, no a la duda—. Nadie lo sabe mas que nosotros, y ellos, por supuesto...

Una suave brisa helada punzó el rostro del estudiante. El resto de tripulación guardaba la escasa recogida y se preparaba para cenar; mientras, él esperaba aferrado a la barandilla de proa. A su izquierda el sol estaba a punto de ponerse. “Al norte”, pensó, desde luego, el barco no se dirigía a Boston. Como le había dicho el capitán, se desviarían de la ruta dos o tres semanas. Y no creía que fuesen simplemente a pescar; Mel sabía perfectamente a lo que iban y se imaginaba a dónde. No era casualidad que viajara en aquel pesquero. Estaba seguro que el mensaje al que Sally se refería, enviado desde Terranova, tenía relación con el destino de aquel barco del diablo. Por otro lado, no sabía si Sally estaba viva o muerta, pero se obligó a sí mismo a dejar de culparse y a proseguir. Estaba dispuesto a todo. Abriría la bodega de nuevo, recogería las pruebas suficientes y haría capturar a Simón y al capitán para que se pudriesen en la cárcel. A decir verdad, el capitán ya no le parecía una buena persona. Todo lo contrario, era incluso peor que Simón; falso, cobarde, manejable y asesino. Las lágrimas le helaban, le desahogaban, enturbiaban su corazón para mantenerlo frío; pues sabía que de ahí en adelante tendría que aguantar.
—Hola, Mel —dijo ella.
—Hola... ¿Cuándo me vas a decir tu nombre? —a Mel no le sorprendió su aparición.
La niña del vestido azul solamente respondió con una sonrisa.
—Yo puedo conseguir las llaves de la bodega, pero tienes que ayudarme.
—¿Qué quieres que haga?
—Que me escuches, tengo que contarte un cuento.
La escucharía, estaba listo para cualquier cosa. Preparado para todo; pero ajeno a la realidad, ajeno a que en unos días la inocencia de una niña le haría perder los nervios, ajeno a que él mismo, envuelto en la rabia, conduciría el barco hasta su propia muerte.



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